Derribado el mito del «consumo moderado»: incluso pequeñas dosis de alcohol aumentan el riesgo de sufrir demencia

Durante décadas se creyó que una copa de vino podía proteger el cerebro. Ahora, el mayor estudio genético realizado hasta la fecha demuestra que incluso el consumo moderado de alcohol aumenta el riesgo de padecer una demencia.

Por Enrique Coperías

La nueva investigación, liderada por la Universidad de Oxford y el programa de veteranos de Estados Unidos, analizó datos de más de tres millones de personas y concluyó que no existe un nivel seguro de alcohol para la salud cerebral.

La nueva investigación, liderada por la Universidad de Oxford y el programa de veteranos de Estados Unidos, analizó datos de más de tres millones de personas y concluyó que no existe un nivel seguro de alcohol para la salud cerebral. Foto: Himanshu Choudhary

Durante décadas, millones de personas en todo el mundo han bebido vino, cerveza o licores bajo la creencia de que un consumo moderado de alcohol podía ser incluso beneficioso para la salud cerebral. Sin duda alguna, la famosa imagen del vaso de vino en la dieta mediterránea o de la copa ocasional como escudo frente al deterioro cognitivo, ha calado hondo en la cultura popular.

Sin embargo, una investigación de gran envergadura publicada en la revista BMJ Evidence-Based Medicine derriba de forma contundente esa idea: no hay un nivel seguro de alcohol para el cerebro.

El trabajo, liderado por la psiquiatra y epidemióloga Anya Topiwala, psiquiatra de la Universidad de Oxford, en el Reino Unido, en colaboración con equipos de Estados Unidos, combina datos observacionales de más de medio millón de adultos con análisis genéticos en más de 2,4 millones de personas. La conclusión es tan clara como demoledora: cada incremento en el consumo de alcohol, por pequeño que sea, eleva de manera progresiva el riesgo de desarrollar demencia.

La curva en «U» era un espejismo

Durante años, numerosos estudios habían mostrado lo que los expertos llaman una relación en U o en J: los abstemios parecían tener más riesgo de demencia que los bebedores moderados, mientras que el peligro aumentaba otra vez entre quienes consumían mucho alcohol. Ese patrón se interpretó como que la ingesta ligera o moderada podía ser protectora.

Pero los investigadores de este nuevo estudio advierten de que esa aparente ventaja del consumo moderado de alcohol se debe a un error metodológico. Muchos abstemios actuales no son personas que nunca bebieron, sino exbebedores que abandonaron el alcohol tras problemas de salud, a menudo después de haber consumido en exceso durante años.

A estos se les conoce como abstemios enfermos. Al incluirlos en el grupo de no bebedores, los estudios previos comparaban a personas ya dañadas con quienes seguían tomando pequeñas cantidades, generando un espejismo estadístico.

👉 A eso se añade otro fenómeno clave que detectó el equipo: el declive del consumo de alcohol como síntoma temprano de la demencia. Analizando historiales médicos de veteranos en Estados Unidos, comprobaron que quienes más tarde recibieron un diagnóstico de demencia ya habían empezado a reducir su ingesta de alcohol años antes. Es decir, no es que beber poco protegiera, sino que la demencia incipiente llevaba a beber menos.

Genética y alcohol: una relación clara

Para superar estas trampas, el equipo aplicó una técnica de epidemiología llamada aleatorización mendeliana, una especie de ensayo natural que utiliza variantes genéticas asociadas al consumo de alcohol como marcadores de exposición. A diferencia de los cuestionarios o encuestas, que reflejan hábitos cambiantes, los genes ofrecen una estimación del riesgo de por vida, libre de la influencia de factores sociales o de salud.

Los resultados fueron consistentes: cuanto mayor era la predisposición genética a beber, mayor era la probabilidad de padecer demencia. No apareció ningún rastro de efecto protector en los niveles bajos. Cada aumento equivalente a una desviación estándar en el número de copas semanales se asoció a un incremento del 15% en el riesgo de demencia. Y duplicar la propensión genética a sufrir trastorno por consumo de alcohol se tradujo en un 16% más de casos.

La conclusión de los autores apunta a que la relación entre alcohol y demencia no tiene forma de U, sino de línea ascendente. A más alcohol, más riesgo, incluso desde las primeras copas.

Impacto en la salud pública

Para llevar a cabo este estudio los investigadores combinaron los datos de dos de los mayores repositorios biomédicos del mundo: el Million Veteran Programme de Estados Unidos y el UK Biobank británico. Entre ambos suman más de 559.000 adultos de entre 56 y 72 años, seguidos durante más de una década en algunos casos. En ese tiempo, más de 14.500 personas desarrollaron demencia y casi 50.000 fallecieron.

Los registros mostraron que quienes bebían mucho –más de cuarenta copas a la semana– tenían un riesgo un 41% mayor de demencia que los bebedores ligeros. Y quienes habían sido diagnosticados con trastorno por consumo de alcohol presentaban un 51% más de riesgo. Pero incluso los patrones de consumo intermedio, que en apariencia resultaban menos peligrosos, acabaron mostrando sus trampas cuando se cruzaron con la genética.

Además, el estudio destaca la diversidad étnica, algo poco habitual en este tipo de investigaciones. En participantes de ascendencia africana y latinoamericana, el diagnóstico de alcoholismo también se tradujo en un riesgo significativamente mayor de demencia, lo que refuerza la universalidad de los hallazgos.

Una copa de vino al día no protege el cerebro: incluso pequeñas dosis de alcohol dañan la memoria y aumentan el riesgo de demencia.

Una copa de vino al día no protege el cerebro: incluso pequeñas dosis de alcohol dañan la memoria y aumentan el riesgo de demencia. Foto: Max Tutak

La ilusión de «un vaso de vino al día»

Uno de los mensajes más potentes que se desprende del estudio es la demolición de la creencia popular de que una copa de vino diaria «hace bien» al cerebro. Esa idea, alimentada por investigaciones previas y por un poderoso imaginario cultural, ha podido llevar a muchas personas a justificar o incluso aumentar su consumo de alcohol.

Sin embargo, el nuevo estudio confirma lo que ya sugerían estudios de neuroimagen: incluso pequeñas cantidades de alcohol pueden alterar estructuras cerebrales relacionadas con la memoria y el aprendizaje. No existe una dosis segura para la salud cognitiva.

Las cifras son contundentes. La Organización Mundial de la Salud estima que más de 55 millones de personas viven con demencia en el mundo, con la enfermedad de Alzhéimer a la cabeza, y cada año se suman casi 10 millones de casos nuevos. Con una población envejecida y tratamientos aún limitados, la prevención de la demencia es el arma más poderosa.

En este contexto, los autores subrayan un dato de enorme relevancia: reducir a la mitad la prevalencia del trastorno por consumo de alcohol podría disminuir hasta un 16% los casos de demencia. Es decir, miles de diagnósticos podrían evitarse con políticas activas de reducción del alcoholismo.

«Estos hallazgos desafían la noción de que beber poco protege frente a la demencia —advierte Topiwala—. Y sugieren que los esfuerzos de salud pública para disminuir el consumo problemático de alcohol podrían tener un impacto significativo en la prevención de la demencia».

Una llamada a revisar guías y mensajes oficiales

El estudio también plantea un dilema incómodo para las guías sanitarias y los mensajes institucionales. Muchos países siguen recomendando límites seguros de consumo de alcohol –en torno a una o dos copas diarias–, que ahora quedan en entredicho.

Si el riesgo comienza desde la primera copa, ¿deberían las autoridades pasar a recomendar la abstinencia total de alcohol?

Algunos expertos piden prudencia: recuerdan que el alcohol también se relaciona con factores sociales y culturales complejos, y que imponer prohibiciones estrictas puede tener efectos contraproducentes. Pero la evidencia científica acumulada apunta en una dirección clara: el mensaje de «consumo moderado y responsable» podría ser engañoso para la salud cerebral.

Entre la ciencia y la vida cotidiana

Más allá de los grandes números y de la estadística genética, los resultados tienen una dimensión cotidiana. Una pareja de jubilados que brinda cada noche con una copa de vino; un grupo de amigos que celebra cada viernes con unas cervezas; una persona que piensa que «lo importante es no pasarse». Todos ellos podrían estar aumentando, aunque sea de manera modesta, su probabilidad de desarrollar demencia en la vejez.

Esto no significa que cada trago conduzca inevitablemente a la enfermedad, ni que el destino de cada individuo esté escrito en sus genes. Pero sí que el riesgo de demencia es acumulativo, silencioso y comienza antes de lo que muchos creen.

El trabajo tiene, como cualquier investigación, algunas limitaciones. En lapabras de Topiwala, «la mayor parte del poder estadístico procede de participantes de ascendencia europea, y el diagnóstico de demencia a través de historiales médicos puede pasar por alto algunos casos. Además, la técnica de aleatorización mendeliana refleja una exposición de por vida, y no necesariamente capta lo que ocurriría si una persona dejara de beber en la edad adulta».

Pese a ello, la robustez del análisis –que combina métodos observacionales, genéticos, longitudinales y multiétnicos– lo convierte en el estudio más sólido hasta la fecha sobre la relación entre alcohol y demencia.

Un futuro con menos excusas

El alcohol ocupa un lugar central en muchas culturas, desde los brindis festivos hasta las sobremesas familiares. Admitir que incluso pequeñas cantidades son nocivas para el cerebro supone cuestionar tradiciones y hábitos profundamente arraigados.

La comparación con el tabaco resulta inevitable: hace medio siglo, fumar también se consideraba un hábito social aceptable e incluso glamuroso, hasta que la ciencia acumuló pruebas irrefutables de sus efectos mortales. Hoy, quizá estemos en un punto similar con el alcohol y la salud cerebral.

El estudio de Topiwala y colegas no es una invitación al alarmismo, sino a la honestidad científica. El mito del «consumo moderado de alcohol y beneficioso» se tambalea, y con él la excusa de esa copa diaria «por la salud». La realidad es más incómoda: cada trago suma en la cuenta del riesgo de demencia.

La pregunta ya no es si beber poco protege, sino si estamos dispuestos, como sociedad, a aceptar que la forma más segura de cuidar nuestro cerebro es beber menos, o directamente no beber.

El desafío será trasladar este conocimiento a las políticas públicas, a las recomendaciones médicas y, sobre todo, a las decisiones individuales de millones de personas. Porque lo que está en juego no es solo la longevidad, sino la lucidez con la que llegamos a ella. ▪️

Preguntas & Respuestas: Alcohol y demencia

🍷 ¿El consumo moderado de alcohol protege frente a la demencia?

No. El mayor estudio genético y observacional realizado hasta la fecha demuestra que no existe un nivel seguro de alcohol para el cerebro.

🍷 ¿Qué cantidad de alcohol aumenta el riesgo de demencia?

Cualquier cantidad. Incluso una copa diaria de vino o cerveza incrementa el riesgo, y este aumenta de forma progresiva con cada trago adicional.

🍷 ¿Por qué antes se pensaba que beber poco era bueno?

Por errores metodológicos: los exbebedores enfermos se contabilizaban como abstemios y muchas personas con demencia incipiente ya reducían su consumo, creando la falsa impresión de un efecto protector.

🍷 ¿Qué recomienda la OMS?

La OMS sostiene que no existe un consumo seguro de alcohol y que reducirlo es una medida clave para prevenir enfermedades crónicas, incluidas la demencia y varios tipos de cáncer.

  • Fuente: Topiwala A, Levey DF, Zhou H, et al. Alcohol use and risk of dementia in diverse populations: evidence from cohort, case–control and Mendelian randomisation approaches. BMJ Evidence-Based Medicine (2025). DOI: 10.1136/bmjebm-2025-113913

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