El secreto de la persona más longeva del mundo: genes raros, bacterias beneficiosas y un reloj biológico rejuvenecido

Un estudio científico analiza a la mujer más longeva del mundo y revela que la combinación de genética, microbiota intestinal y metabolismo eficiente puede explicar cómo alcanzó los 117 años sin sufrir enfermedades típicas de la vejez.

Por Enrique Coperías

Sobre estas líneas, la catalana Maria Branyas celebra su cumpleaños número 115. Un equipo de científicos ha llevado un análisis multiómico que abarca desde sus genes hasta su microbioma intestinal.

Sobre estas líneas, la catalana Maria Branyas celebra su cumpleaños número 115. Un equipo de científicos ha llevado un análisis multiómico que abarca desde sus genes hasta su microbioma intestinal. Cortesía: RTVE

En agosto de 2024, murió en Cataluña la persona más anciana del planeta. Se llamaba M116 en clave científica, aunque en los registros civiles constaba como una mujer nacida en San Francisco en 1907, hija de emigrantes españoles. Tenía 117 años y 168 días cuando falleció, una edad que supera en más de tres décadas la esperanza de vida media de las mujeres catalanas.

Su longevidad excepcional convirtió sus últimos años en un objeto de fascinación médica y biológica. Ahora, un equipo internacional de científicos, encabezado por el epigenetista Manel Esteller, publica en Cell Reports Medicine el estudio más exhaustivo jamás realizado sobre un ser humano: un análisis multiómico que abarca desde sus genes hasta su microbioma intestinal.

La investigación desvela una paradoja: aunque sus células mostraban las marcas típicas del envejecimiento, la mujer no padeció las enfermedades asociadas a la edad que suelen arrastrar al resto de los mortales. Ni cáncer, ni diabetes, ni alzhéimer, ni patologías cardiovasculares graves. En su lugar, presentaba una combinación de factores protectores:

Variantes genéticas raras.

✅ Un metabolismo lipídico saludable.

✅ Un microbioma rejuvenecido y

✅ Un epigenoma joven —el conjunto de marcas químicas que regulan la actividad de los genes— que parecía más joven de lo que indicaba su calendario vital.

El hallazgo, aunque se basa en un solo caso, ofrece una ventana única a los mecanismos de la longevidad humana y a cómo es posible separar envejecimiento y enfermedad. Y apunta a posibles biomarcadores de envejecimiento saludable y estrategias futuras para aumentar la esperanza de vida.

El retrato genético de una superviviente

El genoma de M116 fue secuenciado a fondo. Los investigadores hallaron aproximadamente 3,8 millones de variantes, de las cuales unas 91.000 fueron clasificadas como de interés por su posible impacto en funciones biológicas. Entre ellas, siete variantes rarísimas, nunca vistas en poblaciones europeas, que afectaban a genes clave en inmunidad, cognición, salud cardiovascular y función mitocondrial.

Algunas mutaciones parecen especialmente relevantes. Una en el gen DSCAML1 está vinculada a la retención cognitiva; otra en el gen MAP4K3, con la regulación de la longevidad en gusanos y la prevención de enfermedades autoinmunes y cáncer. También aparecieron variantes en genes asociados a la protección frente a infartos y al envejecimiento del cerebro. En conjunto, estos hallazgos sugieren que la mujer no portaba un «gen de la longevidad» único, sino un cóctel genético protector distribuido en varias rutas biológicas.

Su ADN mitocondrial, clave para la producción de energía celular, también contenía cambios raros. Sorprendentemente, sus células sanguíneas mostraban una función mitocondrial robusta más propia de mujeres mucho más jóvenes, con altos niveles de actividad y capacidad antioxidante.

Lo más intrigante es que, a pesar de estos privilegios genéticos, sus telómeros —los extremos protectores de los cromosomas— eran los más cortos registrados en personas sanas. Este hallazgo contradice la idea de que telómeros largos equivalen a más longevidad. En su caso, la erosión telomérica funcionaba como un reloj de la edad, pero no predijo enfermedades degenerativas. Los autores sugieren incluso que esa pérdida pudo haber limitado la proliferación de células tumorales, protegiéndola del cáncer.

El microbioma intestinal de la mujer más longeva del mundo mostró una diversidad inesperada y niveles muy altos de Bifidobacterium, una bacteria beneficiosa que suele disminuir con la edad.

El microbioma intestinal de la mujer más longeva del mundo mostró una diversidad inesperada y niveles muy altos de Bifidobacterium, una bacteria beneficiosa que suele disminuir con la edad. Cortesía: National Institute of Allergy and Infectious Diseases

Una sangre que parecía joven: metabolismo e inmunidad

El análisis de su sangre arrojó otra serie de sorpresas. Como es habitual en edades avanzadas, aparecían mutaciones de hematopoyesis clonal, unas alteraciones en células sanguíneas que a menudo preceden a leucemias o problemas cardiovasculares—. Sin embargo, jamás desarrolló esas enfermedades. Los científicos especulan que su sistema inmunitario pudo mantener bajo control las células anómalas.

Al estudiar sus poblaciones inmunológicas, detectaron una abundancia llamativa de linfocitos T citotóxicos, células especializadas en eliminar amenazas. Es un patrón descrito en otros supercentenarios, pero en su caso era especialmente acusado. También presentó una expansión de células B asociadas a la edad, que suelen promover inflamación, aunque sin derivar en patologías autoinmunes.

En cuanto al metabolismo, los resultados fueron de manual de longevidad saludable. Su perfil lipídico mostraba niveles bajísimos de colesterol VLDL y triglicéridos, junto con valores muy altos de HDL, el colesterol bueno. Sus lipoproteínas estaban mejor organizadas que las de la mayoría de la población, lo que favorece un transporte eficiente de grasas y reduce riesgos cardiovasculares. Además, presentaba marcadores de inflamación crónica en niveles sorprendentemente bajos, lo que sugiere un organismo protegido frente a la inflamación silenciosa que suele desencadenar enfermedades en la vejez.

En pocas palabras: su sangre parecía la de una persona mucho más joven, al menos en lo que respecta a metabolismo e inflamación.

El papel del microbioma intestinal: bacterias que rejuvenecen

El estudio del microbioma intestinal reveló quizá una de las claves más llamativas. En lugar de la diversidad reducida que suele observarse en ancianos, M116 tenía una microbiota diversa y, sobre todo, una presencia inusualmente alta de Bifidobacterium, un género bacteriano beneficioso que en la mayoría de las personas disminuye con los años.

Las bifidobacterias están asociadas a respuestas antiinflamatorias, a la producción de ácidos grasos de cadena corta —que nutren las células intestinales— y a un metabolismo lipídico saludable. Es decir, encajaban con los perfiles detectados en su sangre.

Los autores del estudio señalan un detalle curioso: durante las dos últimas décadas de su vida, la mujer consumía a diario unos tres yogures elaborados con bacterias lácticas que favorecen el crecimiento de bifidobacterias. No se puede probar causalidad, pero la coincidencia resulta difícil de ignorar. Su dieta mediterránea pudo contribuir a mantener un microbioma joven y protector.

Otros hallazgos refuerzan esta idea: niveles reducidos de bacterias proinflamatorias como Clostridium y una baja presencia de proteobacterias, asociadas con fragilidad en ancianos. Todo apunta a un ecosistema intestinal saludable que jugaba a su favor, ayudando a frenar la inflamación y sostener un envejecimiento saludable.

Un epigenoma más joven: el reloj biológico retrasado

El análisis epigenético completó el retrato. Utilizando distintos relojes epigenéticos basados en patrones de metilación del ADN, los investigadores calcularon su edad biológica.

El resultado fue consistente: sus tejidos eran entre diecisiete y veintitrés años más jóvenes de lo que indicaba su edad cronológica. En otras palabras, a los 116 años, sus células se comportaban como si tuvieran poco más de noventa.

Este desfase ayuda a explicar por qué su organismo resistió tanto tiempo sin sucumbir a las enfermedades típicas. Además, sus secuencias repetitivas de ADN, que suelen perder metilación con la edad y desestabilizar el genoma, permanecían sorprendentemente silenciadas, un rasgo más común en individuos jóvenes.

Naturaleza y estilo de vida: la fórmula de la longevidad extrema

El estudio subraya que la longevidad extrema surge de una interacción compleja entre naturaleza y entorno. Por un lado, M116 contaba con un patrimonio genético afortunado, cargado de variantes protectoras frente a dolencias comunes. Por otro, sus hábitos saludables —una dieta rica en yogures, de estilo mediterráneo, y probablemente cierta actividad física cotidiana— pudieron reforzar esas ventajas.

Los investigadores advierten, sin embargo, de las limitaciones del trabajo: se trata de un solo caso, y no todo lo observado puede extrapolarse a la población general. Para traducir estos hallazgos en terapias contra el envejecimiento o intervenciones, serán necesarias cohortes amplias y estudios longitudinales.

Aun así, el caso de M116 sirve como recordatorio de que el envejecimiento humano no es un destino uniforme. Algunas personas pueden acumular décadas sin caer en enfermedades devastadoras, gracias a una combinación de genética, microbiota y hábitos de vida saludables que mantienen sus células en un estado joven.

¿Se puede aprender a envejecer bien?

Los resultados abren la puerta a preguntas de gran calado social. ¿Podría la medicina identificar y reproducir en otras personas las claves biológicas de la longevidad? ¿Es posible diseñar probióticos, fármacos antiaging o dietas personalizadas que imiten su microbioma o su metabolismo lipídico? ¿Podrían las terapias epigenéticas mantener nuestras células más jóvenes durante más tiempo?

Los científicos ya ensayan estrategias en esa dirección: desde el uso de Bifidobacterium como probiótico hasta fármacos que imitan la restricción calórica o regulan las vías del envejecimiento. Pero todavía es pronto para afirmar que se pueda replicar artificialmente la longevidad extrema.

Lo que sí parece claro es que la salud en edades avanzadas depende tanto de evitar la inflamación crónica como de mantener un metabolismo eficiente. En palabras del equipo investigador, la longevidad puede entenderse como la coexistencia de dos mundos: por un lado, las marcas inevitables del paso del tiempo, como telómeros cortos o mutaciones en células sanguíneas; por otro, mecanismos de protección genética y metabólica que neutralizan esos efectos y permiten vivir más y mejor.

La mujer más longeva del mundo tenía los telómeros más cortos registrados en personas sanas, un hallazgo que contradice la idea de que telómeros largos garantizan más años de vida.

La mujer más longeva del mundo tenía los telómeros más cortos registrados en personas sanas, un hallazgo que contradice la idea de que telómeros largos garantizan más años de vida. En su caso, esa erosión actuó como reloj biológico sin provocar enfermedades y pudo incluso protegerla frente al cáncer. Fuente: Instituto Nacional del Cáncer

Un espejo de nuestra relación con la vejez

Más allá de las conclusiones científicas, el estudio tiene un componente simbólico. La vida de M116 recorre todo un siglo de historia, desde la San Francisco del terremoto de 1906 hasta la Cataluña del siglo XXI. Su longevidad no solo es una curiosidad biológica, sino un testimonio de resistencia vital.

Al desentrañar su biología, los investigadores buscan pistas para enfrentar uno de los mayores desafíos de la humanidad: cómo envejecer sin enfermedades en sociedades donde la esperanza de vida sigue aumentando.

Como resume Esteller, «la vejez no tiene por qué ir de la mano de la enfermedad». Y el caso de esta mujer, la más longeva del mundo hasta 2024, lo demuestra con elocuencia.

El legado científico de M116 seguirá vivo. Sus datos genómicos y multiómicos, depositados en repositorios abiertos para la comunidad investigadora, servirán para futuras comparaciones y estudios. Puede que nunca sepamos hasta qué punto su dieta, su genética o simples azares biológicos determinaron su longevidad extrema. Pero gracias a este trabajo, contamos con un mapa biológico detallado de cómo se puede alcanzar el extremo de la vida humana con un cuerpo que, en muchos sentidos, se resiste a envejecer. ▪️

Preguntas & Respuestas: Longevidad y envejecimiento saludable

🎂 ¿Qué factores explican la longevidad extrema de esta mujer?
Una combinación de genética protectora, microbiota rejuvenecida, un metabolismo lipídico saludable y un epigenoma más joven que su edad real.

🎂 ¿Es posible vivir más de 110 años sin enfermedades graves?
Sí, el caso de M116 lo demuestra: alcanzó los 117 años sin cáncer, diabetes ni alzhéimer.

🎂 ¿Qué papel juega la dieta en la longevidad?
La dieta mediterránea y el consumo diario de yogur parecen haber favorecido un microbioma intestinal protector.

🎂 ¿Podemos aplicar estos hallazgos en nuestra vida?
Todavía no hay terapias universales, pero hábitos como la dieta equilibrada, la actividad física y el consumo de probióticos pueden ayudar a promover un envejecimiento saludable.

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