Freno a la longevidad: el sueño de vivir 100 años de media se desvanece, según un estudio

Los avances que dispararon la esperanza de vida en el siglo XX muestran claros signos de agotamiento. Un nuevo estudio internacional revela que ninguna generación actual alcanzará de media el siglo, y que la longevidad avanza ahora mucho más despacio.

Por Enrique Coperías

Un joven contempla una señal de tráfico con el número 100, símbolo de una meta que se aleja: la esperanza de vida ya no avanza hacia el siglo de media, según un nuevo estudio.

Un joven contempla una señal de tráfico con el número 100, símbolo de una meta que se aleja: la esperanza de vida ya no avanza hacia el siglo de media, según un nuevo estudio. Imagen generada con DALL-E

Durante más de un siglo, la historia de la longevidad humana ha sido una narración de éxito continuo. Desde comienzos del siglo XX, cada nueva generación en los países ricos podía esperar vivir más tiempo que la anterior. Las curvas de la esperanza de vida ascendían con una regularidad asombrosa, hasta el punto de que muchos demógrafos defendían que no existía un techo biológico claro: con suficiente progreso sanitario y social, seguiríamos ganando años casi indefinidamente.

Pero un nuevo estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) pone un freno a ese optimismo. Firmado por investigadores del Max Planck Institute for Demographic Research (Alemania), del Institut national d’études démographiques (Francia) y de la Universidad de Wisconsin-Madison (Estados Unidos), el trabajo concluye que los avances en longevidad ya muestran signos claros de desaceleración. Y lo que es más llamativo: ninguna de las cohortes nacidas entre 1939 y 2000 en 23 países de altos ingresos alcanzará una esperanza de vida media de cien años.

La idea de los «cien años como nueva normalidad», convertida en tópico en conferencias, portadas de revistas y libros de autoayuda, parece alejarse. No se trata de que vayamos a dejar de vivir más tiempo, sino de que los incrementos que conocimos en el pasado reciente se están agotando, especialmente porque las grandes conquistas ya se lograron en un frente crucial: la supervivencia infantil.

El fin de un siglo de aceleración

Los autores recuerdan que desde 1900 hasta finales de los años treinta la esperanza de vida de las cohortes —es decir, el promedio de años que vivieron las personas nacidas en un mismo año— aumentó a un ritmo casi constante: unos 0,46 años por cohorte. Esa pendiente parecía imparable. De haber seguido así, quienes nacieron en torno a 1980 habrían alcanzado de media el umbral simbólico del siglo de vida.

Sin embargo, los datos cuentan otra historia. Al analizar exhaustivamente cohortes completas y proyectar la evolución de las que aún no han terminado su ciclo vital, los investigadores encuentran que el ritmo se ha reducido entre un 37% y un 52%, dependiendo del método estadístico empleado. En lugar de sumar casi medio año de vida por generación, los incrementos se quedan ahora en torno a 0,2 o 0,3 años.

El hallazgo es robusto, ya que se repite con independencia de la técnica de predicción demográfica usada, desde modelos clásicos como el Lee-Carter hasta aproximaciones más sofisticadas como el C-STAD y el CoDa, y se observa en todos los países analizados, del norte de Europa a Norteamérica. Incluso aplicando escenarios optimistas que duplican las mejoras previstas, la desaceleración de la longevidad no desaparece.

Una lupa sobre las generaciones

Hasta ahora, la mayor parte de los estudios se había centrado en la llamada esperanza de vida del período, un indicador que calcula cuántos años viviría un recién nacido si a lo largo de toda su existencia se mantuvieran las tasas de mortalidad de un año concreto. Este dato es útil, pero engañoso, porque puede oscilar con crisis temporales, como pandemias y guerras.

El nuevo trabajo adopta la perspectiva de cohorte, más exigente y realista: sigue a cada generación concreta —los nacidos en 1940, en 1960, en 1980— a través de su experiencia vital. Esta mirada permite saber de manera más precisa si realmente las generaciones más jóvenes tienen garantizado un futuro de longevidad creciente.

La conclusión es que los nacidos tras 1939 seguirán viviendo, en promedio, más que sus padres, pero las ganancias en años serán notablemente menores que en el pasado. La pendiente de la curva se aplana.

El motor que se agota: la mortalidad infantil

La explicación no está tanto en que la medicina moderna se haya estancado, sino en un fenómeno demográfico más profundo. Durante el siglo XX, la principal fuente de mejoras en la esperanza de vida fue la drástica reducción de la mortalidad infantil y juvenil.

👉 En países como Suecia y Suiza, más de la mitad del aumento en la longevidad de las cohortes nacidas entre 1900 y 1938 provino de los avances logrados antes de los cinco años de edad. Las vacunas, el acceso al agua potable, los antibióticos y la mejora de la nutrición transformaron radicalmente las posibilidades de supervivencia de los más pequeños.

Ese impulso, sin embargo, se ha agotado. Hoy, en la mayoría de los países de ingresos altos, la mortalidad en la infancia es ya tan baja que apenas queda margen para nuevas reducciones. Según el estudio, el 70% de la desaceleración actual se explica por la ausencia de mejoras adicionales entre los cero y los veinte años. En otras palabras: lo que antes tiraba de la curva hacia arriba ya no puede seguir haciéndolo.

¿Los bebés de hoy vivirán cien años? Este umbral de la esperanza de vida, convertido en un Everest estadístico cargado de simbolismo, no está al alcance de las generaciones vivas: el ascenso continúa, pero con una pendiente cada vez más suave.

¿Los bebés de hoy vivirán cien años? Este umbral de la esperanza de vida, convertido en un Everest estadístico cargado de simbolismo, no está al alcance de las generaciones vivas: el ascenso continúa, pero con una pendiente cada vez más suave. Foto: Minnie Zhou

¿Estamos tocando techo biológico?

Si el pasado fue una historia de niños salvados, el futuro dependerá sobre todo de lo que ocurra en edades medias y avanzadas. Ahí, los retos son diferentes y más complejos: entre ellos cabe mencionar el cáncer, las enfermedades cardiovasculares, la diabetes o el deterioro cognitivo.

Los autores señalan que las mejoras en estas franjas de edad podrían ralentizar la desaceleración, pero difícilmente compensarán por completo el fin de las grandes victorias de la infancia. Incluso en un escenario optimista —con mejoras médicas aceleradas y cambios de estilo de vida masivos— las cohortes actuales no llegarían a la mítica frontera de los 100 años de esperanza de vida.

👉 El estudio es cuidadoso en sus conclusiones. En efecto, no afirma que exista un límite natural inamovible a la vida humana. Más bien describe un cambio de dinámica. La línea ascendente que durante décadas parecía lineal y predecible se quiebra porque la palanca principal del pasado ya no existe.

En ese sentido, los hallazgos dialogan con un viejo debate científico. Algunos demógrafos sostienen que la longevidad humana seguirá aumentando de forma indefinida, mientras otros defienden que hay una frontera biológica difícil de superar. El trabajo de José Andrade, del Max Planck Institute for Demographic Research, Carlo Giovanni Camarda, del Institut national d’études démographiques, y Héctor Pifarré i Arolas, de la Universidad de Wisconsin-Madison, no zanja la cuestión, pero aporta una evidencia contundente de que, al menos para quienes hoy ya han nacido, el futuro no será tan optimista como se pensaba.

El papel de lo imprevisible

Conviene recordar que las proyecciones demográficas siempre están expuestas a cisnes negros. Epidemias globales, como la covid-19, o fenómenos sociales, como las llamadas muertes por desesperación en Estados Unidos, esto es, las defunciones relacionadas con suicidios, sobredosis de drogas (especialmente opioides) y enfermedades asociadas al alcoholismo, pueden alterar significativamente las trayectorias vitales.

Lo mismo ocurre en el sentido contrario: podría suceder con avances disruptivos en biomedicina, como terapias antienvejecimiento o tratamientos capaces de frenar el cáncer de manera decisiva.

Pero Andrade y su equipo subrayan que, incluso duplicando las mejoras previstas en todas las edades, la desaceleración de la longevidad persiste. Los niños que nacerán en la segunda mitad del siglo XXI vivirán, en promedio, más que nosotros, pero no tanto más como cabría esperar si extrapolamos ingenuamente las tendencias demográficas del pasado.

Una nueva narrativa de la longevidad

La desaceleración de la longevidad tiene implicaciones que van mucho más allá de los debates científicos. Los sistemas de pensiones, la planificación sanitaria o la organización de los cuidados dependen en buena medida de cuánto tiempo vivirá la población.

En las últimas décadas, los Gobiernos han ido ajustando sus proyecciones bajo el supuesto de que la esperanza de vida seguiría subiendo a buen ritmo. El nuevo trabajo sugiere que esos cálculos tal vez fueron demasiado optimistas. Esto no significa que las sociedades envejezcan menos —pues la baja natalidad seguirá presionando la pirámide demográfica—, pero sí que la «marcha imparable hacia los 100» podría ser una ilusión.

Durante mucho tiempo, la longevidad se presentó como una carrera sin meta: cada año ganado era un paso más hacia una humanidad centenaria. El nuevo trabajo obliga a replantear esa narrativa. No estamos dejando de avanzar, pero lo hacemos más despacio. Y, lo que es más revelador, lo hacemos en un terreno inexplorado: la era en que los niños ya no mueren, y el desafío es prolongar la vida saludable de adultos y ancianos.

Quizá, como sugieren algunos expertos, la próxima gran revolución no vendrá de los indicadores demográficos, sino de la calidad de vida de esos años extra: cómo vivimos, más que cuánto vivimos.

El espejismo de los cien años

El umbral de los 100 años de esperanza de vida ha funcionado como una especie de Everest estadístico, un número redondo cargado de simbolismo. El estudio de Andrade, Camarda y Pifarré muestra que esa cima no está al alcance de las generaciones vivas. El ascenso continúa, pero la pendiente se ha suavizado.

Lejos de ser una mala noticia, esta constatación puede ayudarnos a centrar el debate en objetivos más realistas:

✅ Extender la vida saludable.

✅ Reducir las desigualdades en salud.

✅ Combatir las enfermedades crónicas

✅ Garantizar cuidados dignos para una población envejecida.

Los investigadores lo resumen así: «Nuestros resultados no deben interpretarse como prueba de un límite biológico de la vida humana, sino como señal de que las principales fuentes de mejora en la esperanza de vida se han agotado». La longevidad sigue aumentando, pero ya no de manera lineal ni ilimitada.

El sueño de una humanidad centenaria, en la que todos vivamos un siglo completo de media, tendrá que esperar. Quizá para siempre. ▪️

  • Fuente: J. Andrade, C. G. Camarda & H. Pifarré i Arolas. Cohort mortality forecasts indicate signs of deceleration in life expectancy gains. PNAS (2025). DOI: https://doi.org/10.1073/pnas.2519179122

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