Por qué las películas de terror pueden ayudarte a controlar el miedo, según la neurociencia

Las películas de horror, lejos de ser un simple entretenimiento morboso, podrían entrenar a nuestro cerebro para enfrentarse a la incertidumbre. Un grupo de investigadores explica que disfrutar del miedo es una forma de aprendizaje emocional basada en cómo la mente predice el mundo.

Por Enrique Coperías

Parece contradictorio, pero las personas con tendencia a la ansiedad son a menudo grandes amantes del género de terror y no se perderían por nada del mundo de disfrutar de películas como El Exorcista,

Parece contradictorio, pero las personas con tendencia a la ansiedad son a menudo grandes amantes del género de terror y no se perderían por nada del mundo de disfrutar de películas como El exorcista, dirigida por William Friedkin en 1973.

Hay algo paradójico en la escena: una persona acurrucada en el sofá, los ojos bien abiertos clavados en el televisor, el corazón acelerado, los músculos tensos... y, sin embargo, disfrutando de lo lindo. ¿Por qué nos atrae lo que nos asusta? ¿Por qué millones de espectadores pagan por ver en el cine monstruos, asesinos o fuerzas sobrenaturales que les ponen los pelos de punta?

Durante décadas, psicólogos y neurocientíficos han intentado responder a ese misterio. Ahora, un nuevo estudio ofrece una explicación que combina biología, evolución y filosofía de la mente. En un artículo publicado en la revista Philosophical Transactions of the Royal Society B, los investigadores Mark Miller, de la Universidad de Monash (Australia); Ben White, de la Universidad de Sussex (Reino Unido); y Coltan Scrivner, de la Universidad de Aarhus (Dinamarca), proponen que el terror funciona como una herramienta cognitiva para entrenar al cerebro en la gestión del miedo y la incertidumbre.

Lejos de ser un capricho masoquista, el placer que sentimos ante una película de terror estaría vinculado a uno de los mecanismos más fundamentales de la mente humana: su deseo constante de anticipar y reducir errores en sus predicciones.

El cerebro, una máquina de adivinar el futuro

El marco teórico que sustenta la propuesta se conoce como procesamiento predictivo. Según esta visión, el cerebro no se limita a reaccionar al mundo: intenta preverlo. En cada momento, nuestra máquina pensante formula hipótesis sobre lo que va a percibir —una sombra, un sonido, una emoción— y ajusta sus modelos internos cuando algo no encaja.

Cada discrepancia entre lo esperado y lo real se denomina error de predicción. Y, según los autores, la vida mental consiste en un esfuerzo continuo por minimizar esos errores, tanto actuando sobre el entorno como corrigiendo nuestras expectativas.

Sin embargo, la mente no busca eliminar toda incertidumbre. Como demuestran los experimentos con bebés o con jugadores de videojuegos, los seres humanos tienden a preferir un nivel justo de desafío: lo bastante incierto para ser interesante, pero no tan caótico que resulte abrumador. Miller y sus colegas lo llaman el punto dulce del miedo o la zona Goldilocks —ni demasiado fácil, ni demasiado difícil—. En ese delicado equilibrio es donde el aprendizaje y la emoción alcanzan su máxima intensidad.

Las películas de terror, argumentan, explotan ese principio neurológico con precisión de cirujano. Nos sitúan justo en el borde de lo soportable, donde la adrenalina y la curiosidad se mezclan, y el cerebro encuentra una oportunidad perfecta para afinar su maquinaria predictiva. Es lo que hacen películas como Pesadilla en Elm Street, El exorcista, The Ring, Smile, Insidious o Sinister.

El horror como tecnología emocional

El estudio describe el terror como una tecnología afectiva cuidadosamente diseñada para manipular nuestra atención y nuestras emociones. Los creadores de películas de miedo no improvisan: recurren a estímulos visuales y sonoros que activan circuitos cerebrales ancestrales. Los rugidos graves, los chillidos agudos, las figuras que se mueven a trompicones o los destellos repentinos evocan las señales de alerta que nuestros antepasados asociaban a depredadores.

De hecho, los autores señalan que muchos monstruos cinematográficos, de los hombres lobo a los asesinos blandiendo cuchillos, comparten rasgos con carnívoros primitivos: garras, dientes afilados, comportamiento furtivo.

«Estas criaturas ficticias reproducen los patrones de amenaza a los que los humanos hemos estado expuestos durante millones de años», explica Miller. Incluso una motosierra, con su rugido y sus dientes metálicos, como la de La matanza de Texas, puede desencadenar en el cerebro respuestas similares a las que provocarían los colmillos de un felino.

Pero el terror no solo juega con lo primitivo, sino también con lo previsible. Las películas de miedo combinan lo familiar con lo inesperado: clichés que reconocemos —la casa aislada, el grupo de adolescentes, la última chica que sobrevive— y giros que rompen esas reglas en el momento justo. Es esa mezcla de reconocimiento y sorpresa la que mantiene al espectador surfeando la incertidumbre, en una montaña rusa emocional que el cerebro, paradójicamente, agradece.

Muchos monstruos cinematográficos, desde los hombres lobo hasta los asesinos con cuchillos, comparten rasgos con carnívoros primitivos: garras, dientes afilados, comportamiento furtivo.

Muchos monstruos cinematográficos, desde los hombres lobo hasta los asesinos con cuchillos, comparten rasgos con carnívoros primitivos: garras, dientes afilados, comportamiento furtivo. Incluso una motosierra, con su rugido y sus dientes metálicos, como la de La Matanza de Texas —arriba—, puede desencadenar en el cerebro respuestas similares a las que provocarían los colmillos de un felino.

Aprender sin peligro

Más allá del entretenimiento, los investigadores defienden que el terror cumple una función adaptativa. Ver una película de miedo, dicen, es una forma segura de practicar con lo incierto.

Al observar cómo los personajes se enfrentan a amenazas, ya sea un asesino, un virus o una fuerza sobrenatural, el espectador obtiene información útil sobre su propio comportamiento emocional. Aprende a detectar señales de peligro, a gestionar la ansiedad y, sobre todo, a descubrir que puede sobrevivir al miedo.

Esa curiosidad por lo terrible, que los autores reconocen como curiosidad mórbida, puede tener raíces evolutivas: conocer los peligros, aunque sea desde la distancia, mejora nuestras posibilidades de enfrentarlos. Es el mismo principio que explica la fascinación por las series de crímenes o los documentales sobre catástrofes.

Durante la pandemia dela covid-19, por ejemplo, la película Contagio (2011) volvió a encabezar las listas de visionado en todo el mundo. Según estudios citados por los autores, los aficionados al género de terror mostraron mayor resiliencia psicológica durante el confinamiento. La ficción, explican, ofrecía un ensayo general para un mundo repentinamente incierto. «El terror nos permite explorar posibles futuros sin riesgo real», dice White.

El miedo como entrenamiento emocional

Otra de las aportaciones más sugerentes del estudio es la idea de que las películas de terror actúan como una forma de regulación emocional o metacognitiva. En términos sencillos: nos enseñan a observar nuestras propias reacciones.

Cuando vemos una película de miedo, el cuerpo se activa —aumenta el ritmo cardíaco, la respiración, la tensión muscular—, pero el espectador sabe que no está en peligro. Esa distancia cognitiva permite experimentar el miedo sin perder el control, y al hacerlo el cerebro recopila datos sobre cómo responde ante el estrés.

A base de repetir la experiencia, aprendemos a identificar el patrón:

✅ Primero llega el sobresalto.

✅ Luego la calma.

✅ Y finalmente el alivio.

Esa previsibilidad reduce la intensidad de la reacción en futuras situaciones reales. El miedo deja de ser una ola que nos arrastra y se convierte en algo que podemos observar desde la orilla.

Los autores comparan este proceso con lo que ocurre en prácticas como la meditación o los deportes extremos: al enfrentarnos voluntariamente a emociones intensas, ganamos dominio sobre ellas. El terror, sugieren, puede servir como «un entrenamiento de resistencia emocional» que nos prepara para los sustos de la vida real.

Por qué el terror calma a los ansiosos

Una de las observaciones más llamativas del estudio es que las personas con rasgos de ansiedad o neuroticismo son, con frecuencia, grandes aficionadas al terror. Lo que parece una contradicción —buscar más miedo cuando ya se tiene demasiado— podría tener sentido desde el procesamiento predictivo.

En los trastornos de ansiedad, explican los autores, el cerebro pierde claridad sobre sus propias señales internas: los latidos, el calor, el temblor se vuelven ruidosos, impredecibles. Esa niebla interoceptiva genera la sensación de falta de control.

Las películas de terror, al provocar deliberadamente esas mismas reacciones en un entorno controlado, restauran temporalmente la conexión entre causa y efecto: el corazón late rápido porque en la pantalla hay un monstruo, y puedo decidir cuándo detener la película o encender la luz. Esa coherencia devuelve al cerebro una sensación de agencia y calma.

Por eso, explican Miller, White y Scrivne, el horror puede tener un efecto terapéutico parecido al de una exposición controlada al miedo: «Al elegir enfrentarse a una fuente de ansiedad predecible, la persona siente que recupera el control sobre su propio cuerpo».

La película de terror sobrenatural, dirigida por Scott Derrickson en 2012, hace que el ritmo cardiaco de los espectadores se eleve a 131 pulsaciones por minuto

La película de terror sobrenatural, dirigida por Scott Derrickson en 2012, hace que el ritmo cardiaco de los espectadores se eleve a 131 pulsaciones por minuto, según un experimento anual llamado The Science of Scare.

Cuando el miedo se convierte en trampa

Pero el mismo mecanismo que hace del terror un aprendizaje puede volverse en contra. Si alguien parte de una visión pesimista del mundo o ha vivido experiencias traumáticas, el horror puede reforzar las expectativas negativas en lugar de mitigarlas.

El artículo cita ejemplos llamativos: soldados que, tras misiones en zonas de guerra, consumen más series bélicas; personas con trastorno postraumático que buscan contenidos violentos; habitantes de países inseguros que son grandes aficionados al género. México, por ejemplo, con algunas de las ciudades más violentas del planeta, es también el país que más películas de terror consume.

En tiempos de crisis global, como la pandemia, la popularidad del género se dispara. Para los autores, eso muestra que el terror cumple una función social: da forma a nuestros miedos colectivos y los vuelve manejables. Pero advierten de que, si se convierte en un hábito compulsivo, puede encerrar al espectador en un ciclo de confirmación de su propia angustia. El horror deja de ser una válvula de escape y se transforma en espejo del desamparo.

El arte de aprender a temblar

El mensaje final del estudio es menos oscuro: el terror no solo nos asusta, nos enseña. Es un gimnasio emocional donde el cerebro entrena su capacidad para convivir con la incertidumbre. Cada susto, cada grito, cada tensión acumulada hasta el «¡por fin se acabó!» es una pequeña lección de adaptación.

Al fin y al cabo, lo que nos atrae de las películas de miedo no es solo la sangre o los monstruos, sino la sensación de haber sobrevivido. Como escriben Miller, White y Scrivner, «el horror nos permite surfear la incertidumbre en lugar de ser arrastrados por ella».

Y cuando se encienden las luces del cine o acaba la película en casa, tal vez comprendemos que el miedo, bien dosificado, no es el enemigo: es un maestro paciente que nos enseña a respirar en medio del caos. ◾️

  • Fuente: Mark Miller, Ben White and Coltan Scrivner. Surfing uncertainty with screams: predictive processing, error dynamics and horror films. Philosophical Transactions of the Royal Society B (2025). DOI: https://doi.org/10.1098/rstb.2022.0425

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