Las huellas que reescriben la historia de los pterosaurios: los amos por aire, mar… y tierra

Durante décadas creímos que los pterosaurios eran criaturas exclusivamente aéreas. Ahora, sus huellas fósiles nos cuentan que también caminaron —y dominaron— la tierra firme.

Por Enrique Coperías

Reconstrucción de un Balaeonognathus caminando por una playa. Este pterosaurio, con casi 500 dientes finos como agujas, dejaba huellas que hoy son clave para entender su vida terrestre y su alimentación filtradora en aguas poco profundas.

Reconstrucción artística de un Balaeonognathus caminando por una playa. Este pterosaurio, con casi 500 dientes finos como agujas, dejaba huellas que hoy son clave para entender su vida terrestre y su alimentación filtradora en aguas poco profundas. Imagen generada con DALL-E

Durante mucho tiempo, los pterosaurios —esos espectaculares reptiles voladores del Mesozoico que superaban la envergadura de una avioneta— han sido retratados casi exclusivamente como habitantes del cielo, criaturas aladas que planeaban sobre océanos, costas y acantilados, siempre ligados a entornos marinos.

Sin embargo, una nueva investigación liderada por paleontólogos de la Universidad de Leicester, en el Reino Unido, da un giro inesperado a esta imagen clásica. Gracias al análisis de huellas fósiles o icnitas de más de 160 millones de años, se ha demostrado que varios grupos de pterosaurios estaban perfectamente adaptados a la vida terrestre.

En un estudio publicado en la prestigiosa revista Current Biology, el equipo dirigido por el paleontólogo Robert Smyth ha logrado lo que durante décadas fue una incógnita: identificar con precisión a qué grupos pertenecían las huellas de pterosaurios halladas en diferentes yacimientos del mundo.

Huellas que hablan por sí mismas

Utilizando técnicas de modelado 3D, análisis estadísticos multivariados y comparaciones detalladas con esqueletos fósiles, los investigadores han clasificado las huellas en tres tipos distintos, cada uno asociado a una familia concreta de pterodactiloideos o pterosaurios de cola corta, una rama avanzada de los pterosaurios.

«Las huellas ofrecen una oportunidad única para estudiar a los pterosaurios en su entorno natural — afirma Smyth, autor principal del trabajo, en un comunicado de la Universidad de Leicester. Y añade—: No solo revelan dónde vivían estas criaturas y cómo se desplazaban, sino que también ofrecen pistas sobre su comportamiento y actividades cotidianas en ecosistemas que hace tiempo que desaparecieron».

Esta investigación no solo identifica a los autores de las huellas, sino que respalda una hipótesis de gran calado: los pterosaurios experimentaron una importante transformación ecológica en pleno Mesozoico, hace unos 160 millones de años, ya que se diversificaron y conquistando hábitats terrestres con notable éxito.

En palabras del coautor David Unwin, «por fin, 88 años después de descubrir por primera vez las huellas de los pterosaurios, sabemos exactamente quién las hizo y cómo».

Tres tipos de huellas, tres estilos de vida

El primero de estos tipos de huellas se asocia con los ctenocasmátidos (Ctenochasmatidae), pterosaurios de hocico largo y dientes finos en forma de aguja, adaptados para filtrar pequeñas presas en aguas someras. Las huellas de este grupo —las más abundantes— son subtriangulares, con metatarsos largos y dedos relativamente cortos, y aparecen frecuentemente en antiguos entornos costeros y lagunas.

Según los investigadores, estos reptiles caminaban sobre las costas fangosas o por fondos de lagunas poco profundas, probablemente mientras se alimentaban. La frecuencia con la que aparecen estas huellas indica que estos pterosaurios costeros eran más comunes en esos hábitats de lo que sugieren sus escasos restos óseos.

Un segundo tipo de huella fue hallado en un entorno verdaderamente excepcional: las rocas del Grupo Tugulu, en el noroeste de China, que conservan tanto huellas como esqueletos fósiles de los mismos pterosaurios. Este grupo, los dsungariptéridos (Dsungaripteridae), poseía extremidades robustas, picos curvados y desdentados al frente, y grandes dientes redondeados en la parte posterior de la mandíbula, ideales para triturar mariscos.

Mapas de profundidad coloreadas de diferentes huellas de Pteraichnus. Fuente: Universidad de Leicester

Las huellas del gigantesco «Quetzalcoatlus»

Las huellas presentan una disposición única: metatarsos cortos y dedos centrales más largos, mientras que el primer dedo aparece claramente más reducido. Esta correspondencia entre huella y esqueleto refuerza la identificación de los autores y muestra a los dsungariptéridos como lagartos bien adaptados a moverse por el suelo en ambientes deltaicos y lacustres.

Pero quizá el descubrimiento más llamativo procede del tercer tipo de huella, atribuida a los neoazhdarcoideos, un grupo que incluye al famoso Quetzalcoatlus, uno de los mayores seres voladores de todos los tiempos, con una envergadura de 10 metros. Estas huellas, más estrechas y alargadas, con un talón fuertemente marcado y dedos poco definidos, se han encontrado en regiones costeras e interiores de todo el mundo.

Su presencia sugiere que estos gigantes voladores no solo dominaban los cielos, sino que también caminaban frecuentemente por tierra firme, en entornos compartidos con los dinosaurios. Algunas de estas huellas aparecen en estratos justo antes del impacto del asteroide que provocó la extinción masiva del Cretácico, hace 66 millones de años.

Una revolución silenciosa en tierra firme

Uno de los hallazgos clave del estudio es que no existen huellas fósiles de pterosaurios en los primeros capítulos de su historia evolutiva —durante el Triásico y Jurásico temprano— cuando únicamente existían formas más primitivas. Esta ausencia es significativa: apoya la idea de que los primeros pterosaurios eran arborícolas o vivían en hábitats donde no era fácil que se preservaran huellas.

Fue con la aparición de los pterodactiloideos, a mediados del Jurásico, cuando los pterosaurios comenzaron a dejar una clara huella —literal y figurada— en los ecosistemas terrestres.

Desde entonces, y a lo largo del Cretácico, sus huellas aparecen por todo el mundo, en continentes y ambientes muy diversos. Esto sugiere una expansión ecológica exitosa hacia hábitats terrestres, tal vez impulsada por cambios morfológicos en sus patas y pies que facilitaron el desplazamiento en tierra.

Las huellas cuentan lo que los huesos no pueden

El registro de huellas también delatandiferencias ecológicas entre grupos. Por ejemplo, mientras los ctenochasmatoideos y dsungariptéridos preferían ambientes acuáticos poco profundos, los neoazhdarcoideos aparecen en zonas completamente continentales, lo que indica una estrategia de vida más terrestre.

Sus huellas, a menudo alineadas con las de dinosaurios en orientaciones paralelas, indican un uso del terreno similar, e incluso una posible coexistencia ecológica en caminos y rutas migratorias.

Este estudio demuestra que las huellas fósiles no son simples curiosidades geológicas, sino auténticas cápsulas del tiempo que registran momentos concretos del pasado: cómo caminaba un animal, hacia dónde se dirigía, cuál era su tamaña y si iba solo o en grupo.

«A menudo se pasan por alto las huellas cuando se estudian los pterosaurios, pero proporcionan una gran cantidad de información sobre la forma en que estas criaturas se movían, se comportaban e interactuaban con su entorno —insiste Smyth. Y continúa—: Al examinar de cerca las huellas, ahora podemos descubrir cosas sobre su biología y ecología que no podemos aprender en ninguna otra parte».

Representación artística de un grupo de Quetzalcoatlus alimentándose en tierra firme. Imagen generada con Gemini

Una nueva era para la icnología

El estudio también destaca que los registros de huellas y fósiles corporales están sujetos a diferentes sesgos de preservación. Los huesos pueden ser transportados lejos del lugar donde vivió el animal, mientras que las huellas siempre marcan el lugar exacto donde se encontraba. Así, la integración de ambos tipos de evidencias permite una visión mucho más completa de la historia natural de los pterosaurios.

La identificación precisa de los autores de las huellas no solo resuelve un viejo misterio paleontológico, sino que abre nuevas posibilidades de investigación. Permite a los científicos estudiar la evolución y la ecología de los pterosaurios desde una perspectiva completamente nueva, utilizando pistas dejadas no en huesos, sino en las pisadas.

Y nos recuerda que, en muchos casos, los secretos del pasado no están enterrados bajo capas de roca... sino grabados en su superficie. ▪️

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