3I/ATLAS: el objeto interestelar con «volcanes helados» que podría cambiar nuestra idea de los cometas

El nuevo visitante interestelar 3I/ATLAS ha revelado una actividad tan extraña, incluidos posibles «volcanes helados», que desafía la física conocida de los cometas. Su comportamiento podría reescribir cómo imaginamos el origen de estos cuerpos en otros sistemas planetarios.

Por Enrique Coperías

Recreación artística del cometa interestelar 3I/ATLAS mostrando chorros de criovulcanismo impulsados por la sublimación de hielos y reacciones químicas con granos metálicos.

Recreación artística del cometa interestelar 3I/ATLAS mostrando chorros de criovulcanismo impulsados por la sublimación de hielos y reacciones químicas con granos metálicos. La investigación sugiere que este visitante extrasolar podría tener una composición similar a los condritos carbonáceos CR y estar cubierto por una capa helada procesada durante miles de millones de años en el espacio interestelar. Crédito: IA-DALL-E-Rexmolón-Producciones

Cuando el 1 de julio de 2025 el cometa 3I/ATLAS desfiló por primera vez ante los telescopios del Sistema de Última Alerta de Impacto Terrestre de Asteroides (ATLAS, por sus siglas en inglés), pocos astrónomos imaginaron que aquel punto borroso procedente del vacío interestelar acabaría convirtiéndose en uno de los objetos más intrigantes jamás observados.

Con apenas dos visitantes de origen extrasolar confirmados antes que él —‘Oumuamua y Borisov—, 3I/ATLAS ofrecía desde el inicio la promesa de una rareza científica. Pero su comportamiento, lejos de acomodarse a lo esperado para un cometa tradicional, ha obligado a los astrónomos a replantearse ideas tan básicas como de qué están hechos estos cuerpos y cómo se activan al acercarse al Sol.

Un equipo internacional de astrónomos encabezado por Josep M. Trigo-Rodríguez, del Instituto de Ciencias del Espacio del CSIC, en Barcelona, ha reconstruido ahora, a partir de observaciones fotométricas y espectroscópicas, un retrato sorprendente de este visitante: un objeto primigenio, rico en metales y cubierto por una costra de hielos y compuestos orgánicos acumulados durante miles de millones de años en el espacio interestelar. Su aspecto y evolución recuerdan más a un transneptuniano prístino —los lejanos cuerpos helados del cinturón de Kuiper— que a los cometas del Sistema Solar interior que solemos observar.

Pero lo más llamativo es lo que podría estar ocurriendo bajo su superficie: procesos de criovulcanismo impulsados no solo por el calor solar, sino por reacciones químicas catalizadas por diminutos granos metálicos, capaces de liberar energía adicional y desencadenar chorros y volcanes helados. Un escenario muy distinto al de los cometas «clásicos».

Una firma espectral que conecta 3I/ATLAS con meteoritos primitivos

La trayectoria hiperbólica de 3I/ATLAS confirma que procede de fuera del Sistema Solar. Y su edad, estimada entre 3.000 y 11.000 millones de años, sugiere que se formó en torno a otra estrella antes de ser expulsado de su sistema de origen por un encuentro gravitatorio. Desde entonces, habría viajado durante eones por las regiones frías de la galaxia, acumulando hielo, polvo y materia orgánica implantada en su superficie por el bombardeo del medio interestelar.

Los cálculos actuales sitúan su tamaño entre 300 metros y 5,5 kilómetros, y su periodo de rotación de unas dieciséis horas distribuiría uniformemente el calor solar por toda la superficie. Pero lo que más llamó la atención de los investigadores no fue su tamaño, sino su composición inesperadamente metálica. La clave vino de la comparación entre su espectro —la huella de cómo refleja la luz— y los de meteoritos muy primitivos conservados en la colección antártica de la NASA.

Entre ellos destaca un grupo peculiar: los condritos carbonáceos CR, materiales oscuros, ricos en compuestos orgánicos y en diminutos granos de hierro y níquel. Son meteoritos que se consideran entre los más primitivos del Sistema Solar y que muestran indicios de haber sufrido alteración acuosa temprana, con presencia de magnetita y moléculas orgánicas complejas producidas por reacciones de tipo Fischer–Tropsch, catalizadas precisamente por esos granos metálicos.

De forma sorprendente, el espectro visible del cometa 3I/ATLAS encaja dentro del rango de reflectancia de los CR, según las comparaciones realizadas por el equipo de Trigo-Rodríguez. No se trata de una coincidencia trivial: implica que un objeto formado alrededor de otra estrella podría contener materiales con propiedades químicas y ópticas notablemente similares a estos meteoritos primitivos. Y, sobre todo, sugiere que su interior podría albergar cantidades significativas de hierro y níquel finamente dispersos en una matriz porosa de roca y hielo.

Imagen del 19 de noviembre tomada por el astrónomo Pau Montplet (Breda, Girona). El procesado en falso color permite ver detalles que no aparecen a simple vista: una fina anticola apuntando hacia el Sol y varios chorros de material que salen del núcleo del cometa 3I/ATLAS, algunos con formas onduladas. Crédito: arXiv (2025), DOI: 10.48550/arxiv.2511.19112

La activación inesperada a 2,5 unidades astronómicas: la pista que reveló un proceso extraordinario

A medida que el cometa se aproximaba al Sol durante el verano de 2025, los telescopios registraron un aumento progresivo de su actividad. Pero el 7 de septiembre ocurrió algo llamativo: la magnitud del objeto se disparó repentinamente en dos unidades, es decir, su brillo aumentó seis veces en apenas unos días, justo cuando cruzaba la distancia de 2,5 unidades astronómicas (UA), unos 374 millones de kilómetros.

Esa distancia no es casual. Se acerca al punto en que el agua, incluso bajo una capa de regolito y polvo, puede empezar a sublimarse de forma significativa. A 2,5 UA el cometa está demasiado frío para que el agua se derrita, incluso en la zona más iluminada por el Sol. La temperatura está muy por debajo del punto triple del agua, así que el hielo no puede convertirse en agua líquida. Aun así, el calor puede producir sublimación y quizá pequeñas capas transitorias de agua en el subsuelo, suficientes para activar reacciones químicas. Es decir: no deberían permitir la presencia de agua líquida en superficie.

Entonces, ¿qué desencadenó esta explosión sostenida de actividad? Los autores proponen en su artículo, publicado en arXiv, un mecanismo doble:

1️⃣ Sublimación de hielos muy volátiles y fracturación del manto irradiado, que hasta entonces había mantenido al objeto en un estado de letargo.

2️⃣ Reacciones químicas entre el agua —aunque sea en forma de vapor o finas láminas intersticiales— y los granos metálicos presentes en su interior.

En los meteoritos condritos carbonáceos CR, esos granos de ferroníquel (FeNi) se corroen rápidamente en presencia de agua, produciendo magnetita y liberando hidrógeno. Esta corrosión puede impulsar reacciones Fischer–Tropsch capaces de generar calor adicional y nuevos compuestos gaseosos como el CO y el CO₂.

En 3I/ATLAS, este fenómeno habría actuado como un amplificador natural: un pequeño aumento térmico inicial desencadena una reacción química que libera energía, esta fractura la superficie, expone más metal y agua, y el proceso se realimenta. El resultado podría ser un episodio sostenido de criovulcanismo, con chorros distribuidos por todo el núcleo —tal como muestran las imágenes de noviembre de 2025, llenas de filamentos y estructuras onduladas expulsadas desde el falso núcleo—.

Criovulcanismo: un fenómeno habitual en los transneptunianos… pero nunca visto así en un objeto interestelar

La idea de un criovolcán interestelar suena extravagante, pero encaja sorprendentemente bien con varias observaciones:

✅ Los estudios espectrales han detectado relaciones dióxido de carbono/agua casi cinco veces mayores que en los cometas del Sistema Solar.

✅ La presencia de níquel neutro en la coma, muy poco habitual, sugiere procesos de corrosión activa de metales.

✅ El objeto mostró emisión de OH (un indicador de agua) a casi 449 millones de kilómetros (3 UA), una distancia donde los cometas típicos apenas muestran signos de sublimación.

Todo esto apunta a un cuerpo altamente poroso, rico en hielo y con abundantes materiales reactivos, muy parecido a los grandes objetos transneptunianos aún intactos, pero formados en otro rincón de la Vía Láctea.

Si la hipótesis es correcta, 3I/ATLAS habría conservado durante miles de millones de años un registro químico intacto de la nebulosa donde nació, protegido por una costra procesada por los rayos cósmicos. Y al entrar en el dominio térmico del Sol, ese archivo se habría activado de golpe, permitiendo observar procesos que en los cometas locales ya no se producen con la misma intensidad tras muchas órbitas.

Imagen del cometa interestelar 3I/ATLAS tomada por el telescopio espacial Hubble. Foto: NASA, ESA, D. Jewitt (UCLA), J. DePasquale (STScI)

Qué nos enseña 3I/ATLAS sobre otros sistemas planetarios

3I/ATLAS no es solo un viajero exótico, sino que constituye una oportunidad científica irrepetible. Los autores del estudio insisten en que estos objetos ofrecen pistas valiosas sobre:

Cómo se forman y evolucionan los pequeños cuerpos en otros sistemas planetarios.

Qué materiales orgánicos y metálicos pueden acumularse en los planetas jóvenes.

Qué mecanismos químicos y físicos se activan cuando un objeto interestelar entra en calor por primera vez en miles de millones de años.

Además, su compleja evolución fotométrica recuerda la importancia de desarrollar misiones rápidas de intercepción, como la futura Comet Interceptor de la ESA, que podría encontrarse con un objeto similar en el futuro.

Porque, si algo ha demostrado el cometa▪️ es que cada visitante interestelar traerá consigo sorpresas que pondrán a prueba nuestros modelos. Y quizá, en esos volcanes helados que brotan desde un núcleo metálico, esté escondida una parte de la historia común que compartimos con otros sistemas planetarios repartidos por la galaxia.▪️

  • Fuente: Josep M. Trigo-Rodríguez, Maria Gritsevich, Jürgen Blum. Spectrophotometric evidence for a metal-bearing, carbonaceous, and pristine interstellar comet 3I/ATLAS. arXiv (2025). DOI: https://doi.org/10.48550/arXiv.2511.19112

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