Cómo las relaciones sociales pueden retrasar el envejecimiento biológico y reducir la inflamación crónica

No solo los genes ni la dieta marcan el paso del tiempo: un nuevo estudio nos desvela que el secreto para envejecer más despacio podría estar en la red de relaciones que cultivamos a lo largo de la vida.

Por Enrique Coperías

¿Cómo retrasar el envejecimiento biológico? Según el estudio, mantener relaciones sociales sólidas a lo largo de la vida puede ralentizar el reloj epigenético y reducir la inflamación crónica.

¿Cómo retrasar el envejecimiento biológico? Según el estudio, mantener relaciones sociales sólidas a lo largo de la vida puede ralentizar el reloj epigenético y reducir la inflamación crónica. Foto: kp yamu Jayanath en Pixabay

¿Qué determina que algunas personas lleguen a la vejez con un organismo más joven de lo que indica su carné de identidad, mientras que otras envejecen antes de tiempo? Durante décadas, la biomedicina ha buscado la respuesta en los genes, los hábitos de vida o el acceso a la sanidad. Sin embargo, una nueva investigación sugiere que parte de la clave puede estar en un terreno mucho más invisible: la calidad de las relaciones sociales a lo largo de la vida.

Un equipo de psicólogos y epidemiólogos de las universidades de Cornell, Stony Brook y Harvard acaba de publicar en la revista Brain, Behavior, & Immunity – Health un estudio pionero con más de 2.100 adultos estadounidenses. Su conclusión es cristalina: las personas que acumulan lo que llaman una ventaja social sostenida, es decir, redes de apoyo que abarcan la familia, los amigos, la comunidad y la religión, presentan signos de un envejecimiento biológico más lento y menores niveles de inflamación crónica en comparación con quienes viven más aislados.

La investigación aporta evidencias sólidas de que la vida social no es solo un ingrediente del bienestar subjetivo, sino un factor fisiológico de primer orden. Como resume Anthony Ong, psicólogo de la Universidad de Cornell y autor principal del trabajo, «las conexiones humanas se inscriben en nuestro cuerpo y modelan la manera en que envejecemos».

La biología de la soledad: por qué el aislamiento envejece

Que la soledad es mala para la salud no es ninguna sorpresa. En los últimos años, un aluvión de estudios ha mostrado que la falta de vínculos cercanos eleva el riesgo de depresión, deterioro cognitivo e incluso mortalidad prematura. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha declarado la soledad como una amenaza creciente para la salud pública.

«En la actualidad, casi una de cada seis personas a escala mundial afirma sentirse sola», podemos leer en un informe de la OMS sobre conexión social. Y también esto: «Entre 2014 y 2019, la soledad se asoció a más de 871 000 muertes anuales, lo que equivale a cien muertes por hora. Ahora tenemos pruebas irrefutables de que la salud social —nuestra capacidad para establecer y mantener vínculos humanos positivos— es tan esencial para nuestro bienestar como la salud física y mental».

Lo novedoso de este nuevo trabajo no es la constatación del daño del aislamiento, sino la demostración de hasta qué punto la acumulación de lazos sociales actúa como un amortiguador fisiológico frente al paso del tiempo. Y lo hace a través de dos mecanismos biológicos clave:

✅ El llamado reloj epigenético

✅ La inflamación de bajo grado, también conocida como inflammaging.

Ventaja social acumulada: el índice que mide una vida social rica

El primero, el reloj epigenético, funciona como una especie de cronómetro molecular que mide los cambios químicos en el ADN. Aunque dos personas tengan la misma edad cronológica, sus células pueden mostrar edades distintas en función de cómo el entorno, el estrés o los hábitos hayan modulado la metilación del ADN. Esta es un proceso químico en el que se añaden pequeños grupos metilo (-CH₃) a ciertas partes del ADN; no cambian la secuencia genética, pero actúan como un interruptor que puede activar o silenciar genes.

Ong, junto a sus colegas Frank D. Mann, de la Universidad de Stony Brook, y Laura D. Kubzansky, de la Facultad de Salud Pública T.H. Chan de Harvard, utilizaron algoritmos de última generación, como el GrimAge y DunedinPACE, que predicen con gran precisión el riesgo de enfermedad y muerte a partir de estas huellas moleculares.

El segundo mecanismo es la inflamación persistente. A diferencia de la inflamación puntual que ayuda al cuerpo a combatir infecciones o reparar tejidos, la inflamación crónica actúa como un fuego lento que daña los vasos sanguíneos, acelera el desgaste del sistema inmunitario y aumenta la probabilidad de sufrir enfermedades cardiovasculares, metabólicas y neurodegenerativas.

Cómo se mide una vida social rica

El concepto central del estudio es la ventaja social acumulada (cumulative social advantage, CSA). A diferencia de investigaciones previas que medían un único indicador, como estar en pareja o tener muchos amigos, este trabajo diseñó un índice multidimensional. Incluye la calidad de la relación con los padres en la infancia, la frecuencia de la práctica religiosa, el grado de implicación en la comunidad, el apoyo emocional recibido de familiares y amigos, y hasta la percepción de integración social.

En total, se recopilaron dieciséis indicadores validados en la literatura científica. El resultado es un retrato más completo de la riqueza relacional de cada participante: no solo cuántos vínculos tiene, sino también su diversidad y solidez a lo largo del tiempo.

Los datos proceden del proyecto MIDUS (Midlife in the United States), una de las cohortes más amplias que existen para estudiar la salud y el envejecimiento en población general. Los más de 2.100 adultos analizados tenían una edad media de 55 años, con representación de diferentes niveles educativos e ingresos, aunque mayoritariamente de raza blanca. A todos ellos se les tomaron muestras de sangre y orina para medir marcadores biológicos, y se les aplicaron cuestionarios detallados sobre su vida social.

Lo que revela la investigación científica

Los resultados fueron consistentes y sorprendentes. Cuanto mayor era la ventaja social acumulada de una persona, más lento avanzaba su reloj epigenético. Las diferencias eran estadísticamente significativas en los algoritmos más sensibles a la mortalidad, como GrimAge, y en el DunedinPACE, que mide la velocidad del envejecimiento biológico. En otras palabras: la vida social dejaba una huella tangible en las moléculas del ADN.

Algo parecido sucedía con la inflamación. De los distintos marcadores inmunológicos medidos, la interleucina-6 (IL-6), una citoquina proinflamatoria estrechamente ligada al riesgo cardiovascular, fue la que mostró una asociación más sólida. Así es, las personas con mayor capital social acumulado tenían niveles significativamente más bajos de IL-6. Otros indicadores, como el factor de necrosis tumoral alfa o la proteína C reactiva, apuntaban en la misma dirección, aunque con menos fuerza.

Por el contrario, el estudio no encontró evidencias de que las conexiones sociales se reflejen en las hormonas del estréscortisol, cortisona o catecolaminas— medidas en muestras de orina. Los autores creen que esto puede deberse a que estos marcadores hormonales son muy volátiles, mientras que la epigenética y la inflamación capturan procesos de desgaste más prolongados.

La teoría de la ventaja acumulada: un círculo virtuoso (o vicioso)

El estudio se enmarca en la llamada teoría de la ventaja acumulada, que sostiene que los beneficios sociales tienden a reforzarse con el tiempo. Quien crece en un entorno familiar cálido, desarrolla más competencias sociales, construye amistades sólidas y probablemente se involucra más en la vida comunitaria.

Esa red, a su vez, le proporciona apoyo emocional y recursos que protegen frente a crisis vitales o enfermedades, generando de este modo un círculo virtuoso que se refleja en su biología.

Al mismo tiempo, quienes parten de un terreno más árido —infancias marcadas por negligencia, la falta de vínculos de confianza o el aislamiento social— corren el riesgo de entrar en un círculo vicioso de desventaja acumulada. Con menos apoyos, enfrentan el estrés en solitario, lo que eleva la carga fisiológica y acelera el deterioro de órganos y sistemas.

Desigualdades sociales y salud

La investigación también confirma que la edad, el nivel educativo, los ingresos y la raza influyen de forma significativa en los biomarcadores de envejecimiento. Por ejemplo, los participantes afroamericanos presentaban un envejecimiento epigenético acelerado y mayores niveles de inflamación que los blancos, incluso tras ajustar por factores socioeconómicos.

Se trata de un hallazgo coherente con la llamada hipótesis del weathering, que describe cómo la discriminación y el estrés estructural deterioran la salud de las minorías.

En cuanto al nivel educativo, se observó que las personas con más años de estudios mostraban perfiles biológicos más saludables, independientemente de sus ingresos. Esto sugiere que el conocimiento y las competencias adquiridas en la educación también actúan como recursos protectores frente al desgaste del organismo.

¿Qué recomienda la ciencia para envejecer mejor? Además de dieta saludable y ejercicio físico, invertir en vida social activa: amigos, familia, comunidad y apoyo espiritual.

¿Qué recomienda la ciencia para envejecer mejor? Además de dieta saludable y ejercicio físico, invertir en vida social activa: amigos, familia, comunidad y apoyo espiritual. Foto: Antonino Visalli

La ciencia del «cuerpo social»

Los hallazgos encajan con una línea de investigación cada vez más robusta que explora cómo las condiciones sociales se incrustan en la biología. El concepto, conocido como biological embedding, parte de la idea de que el cuerpo humano no es un ente aislado, sino un sistema moldeado por las experiencias relacionales y el entorno social.

Lo que este nuevo estudio añade es que esa incrustación puede medirse en los relojes moleculares del envejecimiento y en las proteínas inflamatorias que circulan en nuestra sangre.

En palabras de Kubzansky, «para la divulgación científica, esto supone un cambio de paradigma interesante. Ya no se trata solo de recomendar comer sano, hacer ejercicio o dormir bien: también cultivar relaciones humanas sólidas podría ser considerado, en sentido literal, un hábito de salud preventiva».

¿Qué significa para la vida cotidiana?

Los propios autores reconocen que el estudio tiene limitaciones. Se basa en datos transversales que no permiten establecer con certeza si son los vínculos sociales los que retrasan el envejecimiento o si, al contrario, las personas más sanas tienden a mantener mejores relaciones. «Para resolver esta cuestión, será necesario seguir a los participantes a lo largo de los años y comprobar cómo evolucionan sus biomarcadores», advierte Mann.

Además, aunque la definición de “ventaja social acumulada” es amplia, no captura todos los matices de la vida relacional. Por ejemplo, la calidad del matrimonio, la profundidad de las amistades o las dinámicas de apoyo intergeneracional podrían influir de maneras específicas que este índice global no logra reflejar.

A pesar de estas cautelas, el estudio abre una vía estimulante: pensar en la vida social como una medicina contra el envejecimiento. Igual que se diseñan programas de ejercicio físico para mayores, ¿por qué no diseñar políticas públicas que fomenten comunidades cohesionadas, espacios de encuentro o servicios contra la soledad crónica? En sociedades envejecidas, esta podría ser una estrategia de salud pública tan importante como la vacunación o las campañas contra el tabaquismo.

Para el ciudadano de a pie, el mensaje es igualmente alentador. Dedicar tiempo a cultivar amistades, participar en actividades comunitarias, mantener el contacto con la familia o encontrar espacios de apoyo espiritual no son lujos opcionales: son inversiones en salud biológica. Cada conversación sincera o cada red de confianza construida puede estar ralentizando, silenciosamente, el reloj interno de nuestras células.

Un futuro de medicina socializada

Este tipo de investigaciones apuntan a un futuro en el que la medicina no solo se centre en moléculas y órganos, sino también en relaciones. Los médicos podrían preguntar no solo por la dieta o el ejercicio, sino también por la red de apoyo social de un paciente. Los epidemiólogos podrían incluir la soledad en el mismo nivel de riesgo que el colesterol alto.

Y las políticas públicas podrían empezar a ver el tejido comunitario como una infraestructura de salud.

En definitiva, lo que sugiere este estudio es que el cuerpo humano es, en gran medida, un cuerpo social. Y que, más allá de los genes y los hábitos individuales, la forma en que nos vinculamos con los demás puede marcar la diferencia entre envejecer con salud o hacerlo con enfermedad. ▪️

  • Fuente: Anthony D. Ong, Frank D. Mann, Laura D. Kubzansky. Cumulative social advantage is associated with slower epigenetic aging and lower systemic inflammation. Brain, Behavior, & Immunity - Health (2025). DOI: https://doi.org/10.1016/j.bbih.2025.101096

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