Hipertensión y daño cerebral procoz: lo que revela un nuevo estudio en «Neuron»

La hipertensión empieza a alterar vasos sanguíneos y células clave del cerebro días antes de que la presión arterial suba, según un estudio en Neuron. Estas alteraciones tempranas podrían explicar su estrecha relación con el deterioro cognitivo y el alzhéimer.

Por Enrique Coperías

Los pacientes con tensión alta tienen entre un 20 % y un 50 % más riesgo de desarrollar trastornos cognitivos que quienes no la padecen.

Los pacientes con tensión alta tienen entre un 20 % y un 50 % más riesgo de desarrollar trastornos cognitivos que quienes no la padecen. Sin embargo, los fármacos actuales —que reducen eficazmente la presión— apenas consiguen frenar el deterioro cerebral. Foto de Pavel Danilyuk

La hipertensión podría empezar a dañar el cerebro mucho antes de que el tensiómetro dé la voz de alarma. Esa es la conclusión a la que ha llegado un nuevo estudio preclínico llevado a cabo en la Facultad de Medicina Weill Cornell de Nueva York (Estados Unidos) y que ha sido publicado en la revista Neuron.

Sus autores, con la neurocientífica Samantha M. Schaeffer a la cabeza, advierten de que los cambios en los vasos sanguíneos y en diversas células cerebrales aparecen días después de que de comienzo el proceso hipertensivo; es más, emergen incluso antes de que el aumento de la presión arterial aumente de forma medible. El hallazgo arroja luz sobre un viejo enigma: por qué la hipertensión es uno de los principales factores de riesgo de deterioro cognitivo y del alzhéimer.

Los pacientes con tensión alta tienen entre un 20 % y un 50 % más riesgo de desarrollar trastornos cognitivos que quienes no la padecen. Sin embargo, los fármacos actuales, que dicho sea de paso reducen eficazmente la presión, apenas consiguen frenar el deterioro cerebral. El nuevo trabajo sugiere que el daño empieza antes y por vías que no dependen exclusivamente del exceso de presión.

Presión alta, una de las principales causas de muerte prematura

Según datos recientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la hipertensión continúa siendo una amenaza sanitaria global de enormes dimensiones: en 2024 se estimaba que 1.400 millones de adultos de entre 30 y 79 años convivían con esta afección, lo que supone un tercio de la población mundial en esa franja de edad.

El problema afecta sobre todo a los países con menos recursos: dos tercios de los pacientes viven en naciones de ingresos bajos y medianos. Aún más alarmante es que 600 millones de adultos —el 44 % del total— desconocen que padecen hipertensión, mientras que otros 630 millones sí están diagnosticados y reciben tratamiento, aunque solo 320 millones (el 23 %) tienen la enfermedad adecuadamente controlada.

La organización recuerda que la hipertensión sigue siendo una de las principales causas de muerte prematura en el planeta. De hecho, mata a 10,8 millones de personas al año y es el principal factor de riesgo de pérdida de salud (pérdida de años de vida ajustados por discapacidad) en mayores de 49 años.

Deterioros cognitivos en solo tres días

No pocos estudios apuntan a que la hipertensión, las enfermedades cerebrovasculares y la demencia forman parte de un mismo círculo vicioso que suele avanzar en silencio. Durante años, la presión arterial elevada puede ir dañando poco a poco los vasos del cerebro sin provocar síntomas evidentes, pero dejando una huella que aumenta el riesgo de deterioro cognitivo. Mucho antes de que aparezca un ictus, el cerebro ya está sufriendo: pierde eficiencia, se desequilibra y entra en una cadena de procesos que pueden desembocar en problemas de memoria, dificultades para pensar con claridad e incluso, en algunos casos, en un deterioro irreversible de las funciones intelectuales.

🗣️ «Descubrimos que las células clave implicadas en el deterioro cognitivo estaban afectadas apenas tres días después de inducir la hipertensión en ratones, antes de que la presión arterial aumentara —explica el investigador principal, Costantino Iadecola, director del Feil Family Brain and Mind Research Institute de la Weill Cornell. Y añade—: La conclusión es que hay algo más que la simple desregulación de la presión involucrado».

El estudio, coliderado por el neurocientífico Anthony Pacholko, aprovecha tecnologías de análisis celular individual para observar qué ocurre, célula por célula, en las primeras etapas de la enfermedad. Para ello, los científicos administraron angiotensina —una hormona que eleva la presión arterial— a ratones, imitando el proceso que ocurre en los humanos. Luego analizaron los efectos a los tres días y a los 42 días, cuando la hipertensión ya estaba instalada y el deterioro cognitivo era evidente.

En la corteza cerebral de ratones sin hipertensión (izquierda) la mayoría de las células endoteliales aparecen normales (amarillo) y apenas se observan células envejecidas (azul).

En la corteza cerebral de ratones sin hipertensión (izquierda) la mayoría de las células endoteliales aparecen normales (amarillo) y apenas se observan células envejecidas (azul). Tras administrar angiotensina (centro), que induce hipertensión, aumenta notablemente el número de células senescentes. Al bloquear los receptores de angiotensina (derecha), las células endoteliales se recuperan. Cortesía: Dr. Anthony Pacholko.

Envejecimiento acelerado en el cerebro

A los tres días, el equipo observó cambios drásticos en tres tipos celulares:

✅ Las células endoteliales, que recubren los vasos sanguíneos, mostraron signos de envejecimiento prematuro, menor metabolismo energético y marcadores de senescencia elevados. También empezaba a debilitarse la barrera hematoencefálica, el escudo que protege al cerebro de sustancias nocivas.

✅ Las interneuronas, encargadas de equilibrar la actividad eléctrica en el cerebro, aparecían ya dañadas, creando un desequilibrio entre excitación e inhibición similar al observado en el alzhéimer.

✅ Los oligodendrocitos, responsables de mantener la mielina que recubre las fibras nerviosas, tampoco expresaban correctamente los genes necesarios para su mantenimiento y reposición. Si estas células fallan, las neuronas pierden la capacidad de comunicarse eficazmente, un proceso crítico para la memoria y el pensamiento.

A los 42 días, cuando la presión arterial era alta, estos cambios se habían intensificado y coincidían con un deterioro cognitivo evidente en los animales.

«El alcance de las alteraciones tempranas fue realmente sorprendente —afirma Pacholko—. Comprender cómo la hipertensión afecta al cerebro en las primeras fases puede ofrecer pistas para bloquear la neurodegeneración».

Un posible camino terapéutico

Los investigadores también probaron el losartán, un antihipertensivo de uso común que bloquea el receptor de la angiotensina. Según Iadecola, algunos estudios en humanos ya habían sugerido que este tipo de fármacos podría ser más beneficioso para la salud cerebral que otros tratamientos. En sus experimentos, el losartán consiguió revertir los efectos tempranos de la hipertensión sobre las células endoteliales y las interneuronas.

«Aunque dejemos a un lado la función cognitiva, tratar la hipertensión sigue siendo prioritario porque es una causa principal de daño cardíaco y renal», subraya Iadecola. Pero el nuevo estudio revela que quizá sea posible ir más allá: frenar no solo la presión arterial, sino también los mecanismos que aceleran el envejecimiento cerebral.

El equipo de Weill Cornell investiga ahora cómo el envejecimiento prematuro de los pequeños vasos sanguíneos desencadena la cascada de daños sobre interneuronas y oligodendrocitos. El objetivo final es encontrar la manera de prevenir —o revertir— los efectos devastadores de la hipertensión sobre la función cognitiva. Una tarea urgente en un mundo en el que la tensión alta afecta a más de mil millones de personas. ▪️

Anterior
Anterior

NGC 6789: la misteriosa galaxia aislada que alumbra estrellas sin combustible aparente

Siguiente
Siguiente

El ARN más antiguo del mundo, recuperado de un mamut de hace 39.000 años