¿Influye tu música favorita en tu bienestar? La ciencia ya tiene la respuesta
Un macroestudio con miles de gemelos revela que los genes y el entorno pesan más que los gustos musicales en nuestra felicidad. La música nos acompaña, pero no la causa.
Por Enrique Coperías
Pocas cosas acompañan tan íntimamente a nuestra vida cotidiana como la música. Está en los auriculares que levamos en el metro, en el gimnasio o cuando corremos, en las fiestas, en los anuncios de la radio y la televisión y hasta en los supermercados. Y sin embargo, sigue viva una pregunta que fascina tanto a melómanos como a científicos: ¿nos hace más felices la música que escuchamos?
Un equipo internacional de investigadores del Instituto Karolinska de Suecia, el Instituto Max Planck de Estética Empírica en Alemania y varias universidades europeas ha querido responder a esa cuestión con herramientas que rara vez se aplican al arte: la genética y el análisis con gemelos. Su estudio, publicado en la revista Personality and Individual Differences, no solo examina si existen vínculos entre los gustos musicales y el bienestar, sino también si esas relaciones son causales o si, por el contrario, se deben a factores genéticos y familiares compartidos.
El resultado principal del trabajo es tan sorprendente como desmitificador: aunque algunas preferencias musicales se asocian con mayor o menor bienestar, no hay pruebas de que escuchar un estilo concreto mejore realmente la salud mental. Dicho de otro modo, es probable que la relación entre nuestra música favorita y nuestro estado de ánimo tenga más que ver con quiénes somos —nuestros genes, nuestra educación o el entorno familiar— que con las melodías que suenan en nuestros reproductores.
La banda sonora de la felicidad: cómo la música afecta al bienestar
Los autores del estudio partieron de una premisa evidente pero compleja: la música y el bienestar están profundamente entrelazados. Numerosos estudios han demostrado que escuchar música regula las emociones, reduce el estrés y favorece la conexión social. Cantar en un coro, tocar un instrumento o asistir a conciertos suele relacionarse con un mejor estado anímico.
Pero no todos los estilos musicales provocan el mismo efecto. Investigaciones previas habían sugerido, por ejemplo, que el pop y la música clásica se asocian a un bienestar mayor, mientras que el rock o el heavy metal podían correlacionarse con estados más negativos. Sin embargo, esas conclusiones siempre habían dejado dudas: ¿es la música la que influye en el bienestar o son las personas con un determinado perfil psicológico las que eligen unos géneros u otros?
El nuevo trabajo, liderado por la neurocientífica Laura W. Wesseldijk, del Departmento de Neurociencia del Instituto Karolinska, buscaba justamente desenredar ese nudo.
Un macroestudio con gemelos: genética, música y bienestar
El estudio se cimentó en una de las bases de datos más amplias del mundo: el Registro Sueco de Gemelos, que incluye información genética y conductual de miles de personas. En total, los investigadores analizaron 8.879 adultos de entre 37 y 63 años, formados por 1.639 pares completos de gemelos y mellizos.
A cada participante se le pidió que evaluara, en una escala del 1 al 7, su grado de afinidad con diecinueve estilos musicales, que iban desde la ópera, el jazz o el funk hasta el pop, el hip-hop, el indie, el metal o el swedish dance band, un género melódico muy popular en Escandinavia. Además, respondieron al cuestionario de bienestar de la OMS (WHO-10), una herramienta estandarizada que mide hasta qué punto las personas se sienten alegres, descansadas y satisfechas con su vida.
Con esos datos, los científicos buscaron asociaciones estadísticas entre las preferencias musicales y el bienestar emocional. Pero su principal innovación fue el uso de dos análisis genéticos:
1️⃣ El diseño de gemelos discordantes, que compara hermanos genéticamente idénticos que difieren en su gusto por un tipo de música.
2️⃣ Los índices poligénicos de bienestar, una medida del grado de predisposición genética de cada individuo a sentirse bien, calculada a partir de grandes estudios genómicos.
De este modo, podían comprobar si las diferencias de bienestar entre melómanos de estilos distintos se debían a la música en sí o a genes y entornos compartidos.
Los estilos más felices (y los menos): pop, gospel y dance frente al indie
Los resultados iniciales mostraron cuatro géneros significativamente relacionados con el bienestar. Quienes declaraban una mayor afinidad por el pop, el gospel o la música de baile sueca tendían a puntuar más alto en bienestar subjetivo. En cambio, quienes se inclinaban por la música indie o alternativa mostraban valores ligeramente más bajos.
Las diferencias eran pequeñas, pero consistentes. Según los autores, estos hallazgos encajan con estudios previos que vinculan los géneros más rítmicos y optimistas con emociones positivas. «El pop y el gospel suelen caracterizarse por melodías alegres y letras esperanzadoras, mientras que el indie tiende a ser más introspectivo y melancólico», explican los autores.
Aun así, los investigadores subrayan que ser un oyente omnívoro, es decir, disfrutar de muchos géneros distintos, no se asoció con mayor bienestar. En contra de lo que podría pensarse, escuchar de todo un poco no parece traducirse en una vida más feliz.
El papel de los genes: cuando la biología explica nuestros gustos musicales
La segunda parte del estudio fue la más reveladora. Cuando los científicos repitieron el análisis solo con gemelos idénticos que tenían gustos distintos, las asociaciones entre música y bienestar desaparecieron por completo. En otras palabras, si dos gemelos genéticamente idénticos crecieron en el mismo entorno pero uno prefería el pop y el otro el indie, no había diferencias significativas en su bienestar.
Esto indica que los vínculos observados en la población general no son causales, sino el reflejo de factores familiares compartidos. Tal vez las personas con ciertos rasgos de personalidad, educación o contexto vital —aspectos con base genética y ambiental— tienden a escuchar determinados géneros y, a la vez, a sentirse más o menos felices.
Los análisis genéticos reforzaron esa idea. Los investigadores calcularon un índice poligénico de bienestar para cada participante, una especie de puntuación basada en variantes genéticas asociadas a la felicidad y la satisfacción vital. Ese índice, sin embargo, no predijo los gustos musicales. Quienes tenían predisposición genética a sentirse bien no mostraban más inclinación por el pop ni menos por el indie.
👉 En conjunto, estos resultados sugieren que la música que nos gusta no determina nuestro bienestar, sino que ambos comparten raíces genéticas y culturales comunes.
La relación entre la música que escuchamos y nuestro bienestar parece depender más de nuestros genes y del entorno en que crecimos que del estilo musical en sí. Foto: Mick Haupt
La música como espejo emocional, no como causa de la felicidad
El estudio no pretende restar importancia al poder emocional de la música. Escuchar una canción concreta puede evocar recuerdos, aliviar el estrés o acompañar momentos de tristeza o de alegría, y todo eso contribuye al bienestar momentáneo. Lo que este trabajo pone en duda es que los estilos musicales, como categorías culturales, sean por sí mismos buenos o malos para la salud mental.
👉 «Es posible que las personas más felices se sientan atraídas por melodías optimistas, o que quienes atraviesan etapas introspectivas prefieran el indie o el rock alternativo», señalan los autores. En ese sentido, nuestros gustos musicales serían un espejo emocional, no un motor del bienestar.
Además, las preferencias están moldeadas por factores sociales: la edad, la educación, el género o el contexto cultural. En la muestra sueca, por ejemplo, las mujeres tendían a ser más omnívoras y a preferir estilos melódicos, mientras que los hombres mostraban mayor afinidad por el rock y el metal. Las personas con más educación y de mayor edad, en cambio, se inclinaban hacia géneros como el jazz, la ópera o el pop.
La genética también suena: la herencia detrás del gusto musical
Los científicos llevan tiempo observando que la música tiene un componente hereditario. Estudios previos del mismo grupo ya habían demostrado que la capacidad musical, el gusto por tocar un instrumento o incluso la elección del género preferido tienen un componente genético. No se trata de un gen de la música, sino de una combinación de cientos de variantes que influyen en rasgos como la sensibilidad auditiva, la memoria o la personalidad.
El nuevo trabajo amplía esa visión: nuestros gustos musicales no surgen en el vacío, sino en interacción con nuestra biología y nuestro entorno.
👉 «El hallazgo de que las asociaciones entre bienestar y preferencias musicales se explican por factores familiares compartidos muestra que ambos fenómenos están en parte determinados por los mismos mecanismos genéticos y ambientales», resumen los autores.
Eso no significa que estemos condenados a que nos guste un tipo de música, pero sí que nuestra biografía y nuestra herencia influyen más de lo que creemos en lo que consideramos buena música.
Cautela y próximos pasos: hacia una ciencia del bienestar musical
El estudio tiene, no obstante, limitaciones. Las preferencias se midieron mediante autoinformes, lo que no refleja necesariamente cómo o cuánto tiempo se escucha cada género. Además, la muestra era predominantemente de adultos suecos de mediana edad, por lo que los resultados no pueden extrapolarse directamente a otras culturas ni a los adolescentes, para quienes la música desempeña un papel distinto en la construcción de la identidad.
Los autores planean extender esta línea de investigación a otras poblaciones y explorar si ciertos rasgos genéticos compartidos, como la extraversión y la estabilidad emocional, explican la conexión entre música y bienestar.
También quieren profundizar en cómo la participación activa en la música —cantar, tocar o componer— puede influir de forma más directa en la salud mental, ya que ese tipo de implicación sí ha mostrado efectos positivos en otros estudios.
La felicidad no está en la playlist
En definitiva, el trabajo de Wesseldijk y sus colegas ofrece una lección de prudencia ante la tentación de buscar fórmulas sencillas para el bienestar. Escuchar pop o gospel no nos hará necesariamente más felices, ni el indie o el metal más tristes. Más bien, elegimos la música que refleja cómo nos sentimos y quiénes somos, no la que nos transforma.
👉 La conclusión podría resumirse en una frase: la música acompaña nuestro bienestar, pero no lo crea. Es una banda sonora, no el guion.
Aun así, hay una nota optimista en todo esto. Si nuestros gustos musicales son un reflejo de nuestra historia y de nuestra genética, escuchar la música que nos gusta —sea cual sea— sigue siendo una forma de reconocernos y conectar con nosotros mismos. Y eso, más allá de los genes, ya es una poderosa forma de bienestar y salud emocional. ▪️
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Fuente: Anastasiia Bratchenko, Penghao Xia, Dorret I. Boomsma, Miriam A. Mosing, Fredrik Ullén, Laura W. Wesseldijk. Music style preferences and well-being: A genetic perspective. Personality and Individual Differences (2025). DOI: https://doi.org/10.1016/j.paid.2025.113162.

