Los guacamayos aprenden mirando a sus compañeros: la sorprendente habilidad que acerca a estas aves a los humanos

Un nuevo estudio revela que los guacamayos barba azul son capaces de aprender gestos observando interacciones ajenas, una capacidad que hasta ahora se creía exclusiva de los seres humanos. El hallazgo abre la puerta a hablar de cultura animal en estas aves en peligro crítico de extinción.

Por Enrique Coperías

Esha Haldar, investigadora principal del estudio en el Instituto Max Planck de Cognición Animal somete a un guacamayo a un experimento de imitación.

Esha Haldar, investigadora principal del estudio en el Instituto Max Planck de Cognición Animal, realiza una experimento de imitación con unos de los guacamayos barba azul que participan en los ensayos. Cortesía: Springer Nature

En la ciencia, hay descubrimientos que obligan a replantear viejas certezas. Durante décadas, la psicología comparada ha repetido una idea casi como un dogma: la capacidad de aprender observando a otros, no de manera directa sino como espectador de una interacción ajena, era un rasgo exclusivo del ser humano.

Esa habilidad, conocida como imitación en tercera persona, permite a los niños absorber normas sociales, costumbres y convenciones sin necesidad de que un adulto se lo explique todo paso a paso.

Basta con mirar cómo se comportan dos personas entre sí para entender qué se espera de uno mismo. Sin embargo, un nuevo estudio publicado en las revista Scientific Reports rompe esa barrera y señala a un protagonista inesperado: los guacamayos barba azul (Ara glaucogularis), una especie de loro en peligro crítico de extinción que habita en los llanos de Bolivia.

Una capacidad que creíamos exclusiva del ser humano

El hallazgo es sorprendente no solo por el resultado, sino por el contexto. El equipo, liderado por investigadores del Instituto Max Planck de Inteligencia Biológica en Alemania y de la estación de investigación de cognición comparada de Loro Parque Fundación, en Tenerife, quería poner a prueba una hipótesis que durante años flotaba en el aire: ¿pueden los animales aprender reglas sociales observando interacciones ajenas?

Experimentos previos en perros domesticados e incluso en chimpancés habían fracasado. Y eso pese a que los perros llevan milenios sometidos a selección para cooperar con nosotros y que los grandes simios comparten con nuestra especie buena parte de su herencia cognitiva.

«Nuestros hallazgos muestran que los guacamayos pueden aprender no solo conductas, sino también los contextos apropiados en los que realizarlas, simplemente observando las interacciones entre otros», explica en SINC Esha Haldar, investigadora principal del estudio en el Instituto Max Planck de Cognición Animal.

El experimento con loros que imitaban lo que veían en otros

El procedimiento fue ingenioso. Los científicos trabajaron con un grupo de doce guacamayos criados en cautividad pero no adiestrados en conductas específicas. Se dividieron en dos grupos: uno de prueba y otro de control. A los primeros se les permitió observar cómo un congénere demostrador, previamente entrenado, respondía a los gestos de un experimentador humano con cinco acciones corporales poco comunes: levantar una pata, girar sobre sí mismo, agitar la cabeza (fluff), emitir una vocalización y batir las alas.

Acciones intransitivas, es decir, sin un objeto o meta clara: meros movimientos del cuerpo. Las aves del grupo de control, en cambio, recibieron las mismas señales manuales, pero nunca vieron al demostrador realizar los gestos. Después, los investigadores comprobaron si los observadores eran capaces de reproducir las conductas en el contexto adecuado, esto es, cuando el ser humano les hacía la señal correspondiente.

Los resultados fueron muy interesantes. Los guacamayos que habían observado a sus compañeros aprendieron, de media, más de cuatro de las cinco acciones, mientras que los del grupo de control apenas alcanzaron dos. Y no solo eso: los del grupo experimental aprendieron más rápido y con mayor precisión, y en ocasiones llegaron a imitar de forma espontánea, sin recibir todavía la señal ni la recompensa prevista.

En total, el experimento acumuló 4.620 ensayos y mostró que las aves expuestas a las demostraciones no solo copiaban los movimientos, sino que entendían el contexto de interacción: sabían que el gesto del humano era la señal para desplegar la acción observada en el otro.

El estudio no demuestra que los loros tengan conciencia de sí mismas o empatía cognitiva, pero sí que pueden aprender observando interacciones sociales, una capacidad inédita en otras especies no humanas

El estudio no demuestra que los loros tengan conciencia de sí mismas o empatía cognitiva, pero sí que pueden aprender observando interacciones sociales, una capacidad inédita en otras especies no humanas. Foto: David Clode

Repensar los límites de la inteligencia animal

Los investigadores tuvieron en cuenta detalles clave para que no hubiera sesgos. Los guacamayos observadores no recibían miradas ni llamadas de atención que pudieran orientarles, y nunca habían sido entrenados antes en procesos de imitación. Así se descartaba que respondieran a señales inadvertidas o que simplemente repitieran mecánicamente lo aprendido en otro contexto.

También se registró, durante más de cuarenta horas, la frecuencia natural de esas conductas en los aviarios: apenas aparecían, lo que confirmaba que no se trataba de movimientos rutinarios que pudieran surgir por azar en los ensayos.

La diferencia con los intentos previos en otros animales es llamativa. En un estudio clásico, perros entrenados para obedecer órdenes humanas no lograron reproducir gestos intransitivos observando a otro perro responder a un experimentador.

Los chimpancés tampoco parecían capaces de aprender movimientos arbitrarios solo como espectadores de la interacción entre un congénere y un humano. Y sin embargo, estos guacamayos —aves sin domesticación y sin entrenamiento previo— sí lo consiguieron. El contraste obliga a repensar los límites de la inteligencia animal.

«Sabíamos que los perros de compañía habían fallado anteriormente en experimentos de imitación en tercera persona, ya que eran incapaces de reproducir acciones intransitivas (aquellas que no implican manipulación de objetos) únicamente mediante observación pasiva y sin entrenamiento previo. Esto nos hizo inicialmente escépticos respecto a la capacidad de los guacamayos para la imitación en tercera persona», explica Haldar en SINC.

Por qué los loros sí y los perros y chimpancés no

¿Por qué los loros y no los perros o los chimpancés? Una pista está en su vida social. Los guacamayos, como muchas especies de psitaciformes, viven en sistemas de tipo fusión-fisión: bandadas que se deshacen y se recomponen constantemente, en las que los individuos deben integrarse con rapidez en nuevos grupos. La capacidad de aprender observando interacciones ajenas puede resultar vital para reconocer convenciones, sincronizarse con los demás y mantener la cohesión social. En ese contexto, imitar gestos sin función aparente no es un capricho, sino una herramienta de adaptación.

El descubrimiento conecta con otra característica fascinante de los loros: su habilidad para imitar sonidos, desde los cantos de otras aves hasta el habla humana. Esa flexibilidad vocal, asociada a cerebros particularmente complejos, ya los había situado en el reducido club de animales capaces de aprendizaje vocal.

👉 Ahora se suma una forma de aprendizaje gestual en tercera persona que hasta ahora se atribuía solo a nosotros. «Los guacamayos muestran que la imitación social no es un monopolio humano», resumen los autores del estudio.

Implicaciones para la cultura animal y la cognición

Más allá de la anécdota científica, el descubrimiento tiene implicaciones profundas. En los seres humanos, la imitación en tercera persona es clave para la transmisión cultural: permite que los niños absorban no solo cómo se fabrican herramientas o se usan objetos, sino también normas invisibles, gestos rituales o maneras de relacionarse. Es la base de la cultura acumulativa, esa que progresa porque cada generación hereda no solo habilidades prácticas, sino también convenciones colectivas.

Que los guacamayos compartan, aunque sea en forma embrionaria, esta capacidad sugiere que en sus sociedades también podrían surgir tradiciones gestuales o culturales, transmitidas de grupo en grupo.

El experimento reveló además matices curiosos. Por ejemplo, en la acción de girar sobre sí mismos, la mayoría de los guacamayos que habían visto la demostración lo hicieron en sentido contrario al del modelo, como si copiaran la secuencia de posturas de forma especular. Los investigadores recuerdan que algo parecido ocurre en niños humanos, que al principio tienden a imitar en espejo antes de ajustar la dirección. En otros casos, como el batido de alas, solo los pájaros del grupo experimental lo aprendieron, confirmando asó lo improbable que era que surgiera de manera espontánea.

¿Tienen conciencia de sí mismos los guacamayos?

¿Significa esto que los loros tienen conciencia de sí mismos o capacidad de adoptar la perspectiva de otro, como se ha debatido en torno al desarrollo infantil? Los científicos son cautos a este respecto. Subrayan que sus resultados no prueban que los guacamayos posean habilidades avanzadas como el reconocimiento en el espejo o la empatía cognitiva.

Lo que sí muestran es que funcionalmente son capaces de aprender en tercera persona, algo que hasta ahora se había negado para cualquier especie no humana. Es, en palabras de los autores, un «estamos ante un paso evolutivo significativo» que merece ser explorado en futuras investigaciones.

El trabajo no está exento de limitaciones. La muestra fue pequeña, como suele ocurrir en estudios con especies poco abundantes y en peligro. Además, se probaron solo cinco acciones, todas ellas poco comunes pero presentes en el repertorio natural de la especie. Habrá que ver si en contextos más amplios, con más individuos y más conductas, los resultados se mantienen. Y queda pendiente una pregunta mayor: ¿sucede también en libertad, cuando los guacamayos interactúan en sus hábitats naturales?

Pese a estas reservas, el hallazgo abre una vía inédita. Si los guacamayos pueden aprender observando interacciones ajenas, quizá en sus bandadas se transmitan convenciones de comportamiento, pequeños rituales colectivos o incluso dialectos gestuales, del mismo modo que ya sabemos que comparten dialectos vocales. En un mundo en el que la cultura animal ha dejado de ser un tabú —los chimpancés que usan herramientas, los delfines que transmiten cantos, los cuervos que inventan técnicas de forrajeo—, los loros se suman ahora a la lista con una aportación inesperada.

Los guacamayos barba azul observan e imitan a sus congéneres: un estudio en Scientific Reports demuestra que estas aves también aprenden por imitación en tercera persona, una habilidad que hasta ahora se creía exclusiva de los humanos.

Loros en extención como portadores de cultura

El descubrimiento llega además en un momento crítico para la especie. El guacamayo barba azul, endémico de Bolivia, está clasificado como en peligro crítico por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Quedan apenas unos cientos de ejemplares en estado salvaje. Que posean capacidades cognitivas tan sofisticadas añade un motivo más para redoblar esfuerzos en su conservación: cada pérdida no es solo biológica, sino también cultural.

La investigación, realizada durante meses en Tenerife, recuerda también la importancia de los zoológicos y centros de conservación como laboratorios vivos para explorar la mente animal. Allí, en recintos con paredes de plexiglás y perchas de madera, un grupo de loros mostró que el aprendizaje cultural puede no ser tan exclusivo como creíamos.

Mientras tanto, en la selva boliviana, quizá otras bandadas de guacamayos estén transmitiendo a sus crías gestos y rituales que aún no hemos aprendido a descifrar.

En definitiva, la imagen de un loro que aprende mirando cómo otro responde a la señal de un humano debería hacernos reflexionar. Tal vez la cultura, en su forma más básica, no nació únicamente en nuestra especie. Tal vez está escrita también en los aleteos, giros y sacudidas de unas aves que, con sus plumas azul turquesa, nos recuerdan que la inteligencia y la tradición no entienden de plumas ni de pelos, sino de vínculos sociales y de la capacidad de aprender de los demás. ▪️

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