Trastornos del sueño en adolescentes: la nueva alarma de riesgo para el suicidio juvenil
Bajo la apariencia de simples noches en vela, el cerebro adolescente libra una batalla silenciosa. La ciencia advierte: los trastornos del sueño pueden anticipar el riesgo de suicidio en la juventud.
Por Enrique Coperías
La privación crónica de sueño en adolescentes no solo provoca cansancio: también aumenta el riesgo de depresión, conflictos familiares y conductas de riesgo. Foto: Mehran Biabani
En la adolescencia, las noches sin dormir suelen atribuirse al abuso de las pantallas, a las tareas escolares o a los desajustes hormonales. Pero un nuevo estudio británico acaba de demostrar que esos desvelos, más allá de una molestia pasajera, pueden convertirse en una poderosa señal de alerta sobre la salud mental de los jóvenes.
Según una investigación publicada en la revista Sleep Advances por un equipo de las universidades de Warwick y Birmingham, los problemas de sueño en adolescentes a los catorce años de edad predicen con fuerza el riesgo de intento de suicidio tres años más tarde.
El trabajo, basado en más de 8.500 adolescentes del Reino Unido seguidos desde su nacimiento dentro del Millennium Cohort Study, revela un patrón inquietante: los adolescentes que duermen menos durante los días de colegio o se despiertan con frecuencia por la noche tienen más probabilidades de intentar quitarse la vida a los diecisiete años de edad.
Insomnio, una espiral peligrosa hacia el sufrimiento mental
Los resultados hallazgo se mantiene incluso tras tener en cuenta factores clásicos de riesgo como la depresión, la baja autoestima o los antecedentes de autolesión.
🗣️ «Dormir poco y mal no es solo una consecuencia del estrés adolescente, sino un factor que puede alimentar una espiral peligrosa hacia el sufrimiento mental y la desesperanza —explica Michaela Pawley, autora principal del estudio. Y añade—: Nuestros resultados sugieren que mejorar la calidad del sueño podría ser una vía concreta y preventiva para reducir el riesgo de suicidio adolescente».
En palabras de Pawley, «la adolescencia es un periodo de desarrollo crucial en el que suelen aparecer tanto los problemas de sueño como el riesgo de suicidio. Nuestros hallazgos muestran que los adolescentes que tienen dificultades para mantener o conseguir un sueño suficiente son más propensos a informar de un intento de suicidio varios años después. Dormir mal no es solo un síntoma de otros problemas, sino un factor de riesgo importante por sí mismo. Abordar los trastornos del sueño podría convertirse en una parte esencial de las estrategias de prevención del suicidio».
El 7% reconoció haberlo intentado al menos una vez
El estudio forma parte del ambicioso Millennium Cohort Study, una investigación que sigue desde el año 2000 a miles de niños británicos nacidos a comienzos del nuevo milenio. A los catorce años, los participantes respondieron cuestionarios sobre sus hábitos de sueño: hora habitual de acostarse y levantarse en días escolares y no escolares, tiempo que tardan en dormirse y frecuencia de despertares nocturnos. También se les evaluó mediante una tarea cognitiva llamada Cambridge Gambling Task, diseñada para medir la toma de decisiones y la propensión al riesgo.
Tres años después, cuando los jóvenes tenían diecisiete años, se les preguntó si alguna vez habían intentado quitarse la vida. La respuesta fue estremecedora: el 7% reconoció haberlo hecho al menos una vez. Entre ellos, predominaban las chicas, los adolescentes de familias con menos recursos y quienes ya habían manifestado síntomas depresivos o antecedentes de autolesión.
Pero incluso tras ajustar estadísticamente todos esos factores, dos aspectos del sueño seguían destacando como predictores independientes del riesgo:
✅ Dormir menos horas en las noches de colegio
✅ Despertarse con frecuencia durante la madrugada.
En concreto, los investigadores hallaron que por cada hora menos en la cama durante los días lectivos, la probabilidad de intento de suicidio aumentaba un 12%, y que cada incremento en la frecuencia de despertares nocturnos elevaba el riesgo un 15%.
Noches en vela, amplificador de la impulsividad y la desesperanza
Uno de los hallazgos más intrigantes del estudio tiene que ver con la interacción entre el sueño y las capacidades cognitivas. Los adolescentes que mostraban un patrón de toma de decisiones racional, es decir, aquellos que elegían con más frecuencia la opción más probable de éxito en el test de apuestas, parecían estar parcialmente protegidos frente al efecto del mal dormir.
«Entre quienes dormían mal, los jóvenes con mejor capacidad para decidir racionalmente mostraban un riesgo menor de intento de suicidio», resume Pawley. Sin embargo, esta protección cognitiva se desvanecía a medida que aumentaban los despertares nocturnos. Es decir, cuanto más fragmentado era el sueño, menos podía la mente compensar el desequilibrio emocional.
El equipo plantea que la falta de sueño podría alterar la conectividad entre regiones cerebrales clave para el control emocional, como la amígdala y la corteza prefrontal. Esto reduciría la capacidad para evaluar riesgos o encontrar soluciones adaptativas frente a los problemas. De este modo, el insomnio adolescente se convierte en una especie de amplificador de la impulsividad y la desesperanza.
El cerebro adolescente y el sueño: una tormenta perfecta
La adolescencia es, en sí misma, un laboratorio biológico y social de vulnerabilidad. Los cambios hormonales retrasan el reloj circadiano —los jóvenes tienden a dormirse más tarde—, mientras que los horarios escolares les obligan a madrugar. A eso se suman las horas de exposición a pantallas, el estrés académico y las presiones sociales.
El resultado es una tormenta perfecta: adolescentes crónicamente privados de sueño, con cerebros aún inmaduros para gestionar la emoción y el riesgo. La investigación de Pawley y sus colegas da forma empírica a una intuición que muchos pediatras y psicólogos ya señalaban: el sueño no es un síntoma secundario, sino un eje central del bienestar mental.
«Cuando un adolescente dice que no puede dormir, no deberíamos limitar nuestra respuesta a recomendar menos móvil o más rutinas nocturnas —apunta Nicole Tang, coautora y especialista en psicología del sueño. Y advierte—: Deberíamos interpretarlo como una señal de alarma que puede anticipar problemas más graves».
Tang añade: que «debemos reconocer que la falta y la fragmentación del sueño no son quejas triviales: pueden debilitar nuestras defensas y propiciar acciones o comportamientos con consecuencias de vida o muerte. Si logramos identificar y apoyar mejor a los adolescentes que tienen dificultades para dormir, podríamos reducir los intentos de suicidio».
Más allá de la depresión: el sueño como factor independiente
Uno de los puntos más sólidos del estudio es que el efecto del sueño se mantiene incluso controlando por síntomas depresivos, un factor históricamente ligado al suicidio juvenil. Esto sugiere que la privación y fragmentación del sueño actúan por vías propias, no solo como reflejo del malestar emocional.
En palabras del equipo, los despertares nocturnos podrían interferir en los mecanismos neurobiológicos que permiten procesar emociones durante las fases más profundas del sueño, especialmente durante el sueño REM, fundamental para la regulación afectiva.
Si ese ciclo se interrumpe una y otra vez, el cerebro queda atrapado en un bucle de hipervigilancia emocional que puede favorecer pensamientos intrusivos y conductas impulsivas.
Un problema global en aumento
El suicidio adolescente es una de las principales causas de muerte en menores de dieciocho años en todo el mundo. La OMS calcula que cada año se quitan la vida cerca de 46.000 jóvenes de entre 15 y 29 años, y las tasas están aumentando en países desarrollados. En el Reino Unido, la cifra se ha incrementado de forma sostenida desde 2010, especialmente entre las chicas; y en España el suicidio es la primera causa de muerte en jóvenes y adolescentes entre doce y veintinueve años.
En paralelo, la duración media del sueño adolescente ha caído en picado en la última década. En Reino Unido y Estados Unidos, los estudios muestran que más del 70% de los estudiantes de secundaria duermen menos de las ocho horas recomendadas. La privación crónica de sueño se asocia no solo con depresión y ansiedad, sino también con dificultades académicas, conflictos familiares y uso problemático de pantallas o sustancias.
«Los datos son contundentes: cuanto peor duermen nuestros adolescentes, más se deteriora su salud mental y su capacidad de afrontar la vida cotidiana —señala Isabel Morales-Muñoz, coautora del trabajo. Y añade—: La falta de sueño no es una simple cuestión de hábitos: es un determinante de salud pública».
Los problemas de sueño a los catorce años predicen con fuerza el riesgo de intento de suicidio en la adolescencia tardía, según un estudio británico. Foto: Joel Overbeck
Qué hacer con lo que ya sabemos
Los autores subrayan que el sueño debería ocupar un lugar central en las políticas de prevención del suicidio juvenil. Proponen programas escolares de higiene del sueño que reconozcan los síntomas tempranos de insomnio o sueño fragmentado, así como intervenciones clínicas que integren la evaluación del descanso en las consultas de salud mental adolescente.
Algunos países han comenzado a mover ficha. En Estados Unidos, varios estados han retrasado el inicio de las clases de secundaria para adaptarse al ritmo biológico de los adolescentes, y los resultados muestran mejoras en el estado de ánimo y el rendimiento académico. En el Reino Unido, sin embargo, los horarios escolares siguen comenzando antes de las 9 de la mañana.
Además, el estudio apunta a una vía prometedora: fortalecer las habilidades cognitivas de toma de decisiones podría ayudar a mitigar los efectos del mal dormir.
🗣️ «Enseñar a los adolescentes a reflexionar antes de actuar, a sopesar riesgos y consecuencias, puede ofrecer una protección adicional frente a impulsos autodestructivos”, dice Pawley.
Limitaciones y futuro
Como toda investigación científica, el estudio tiene sus límites. Las medidas de sueño se basaron en autoinformes —no en registros de laboratorio— y la pregunta sobre intentos de suicidio no especificaba cuándo ocurrieron.
Tampoco puede afirmarse que dormir mal cause directamente los intentos para quitarse la vida, aunque la asociación estadística es clara.
Los autores piden nuevos estudios con mediciones objetivas del sueño, como la actigrafía, y un seguimiento más cercano en el tiempo para captar los momentos críticos de cambio. Aun así, su trabajo marca un antes y un después en la comprensión del papel del sueño en la salud mental adolescente.
Dormir bien como acto de prevención
El mensaje de fondo es tan simple como urgente: dormir bien salva vidas. En un contexto en que los adolescentes viven hiperconectados y presionados por el rendimiento, recuperar el valor del descanso se vuelve una cuestión de salud pública.
«La falta de sueño no solo roba energía o concentración; roba estabilidad emocional, juicio y esperanza —resume Tang. Y concluye—: Cada hora de sueño perdida es un pequeño golpe al equilibrio mental de nuestros jóvenes».
El estudio de Pawley y su equipo en la Universidad de Warwick no ofrece una receta mágica, pero sí una brújula clara: escuchar el sueño de los adolescentes puede ser una de las formas más efectivas de prevenir el suicidio juvenil. Porque a veces, la primera señal del sufrimiento no es un grito ni una confesión: es simplemente una noche en vela.▪️
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Información facilitada por la Universidad de Warwick
Fuente: Michaela Pawley, Isabel Morales-Muñoz, Andrew P. Bagshaw, Nicole K. Y. Tang. Sleep problems, decision-making, and suicide attempts during adolescence: a longitudinal birth cohort study. SLEEP Advances (2025). DOI: https://doi.org/10.1093/sleepadvances/zpaf062

