Cinco formas de dormir: las claves del sueño y la salud mental según la ciencia
Un estudio internacional desvela que no dormimos todos igual: existen cinco patrones de sueño con huellas cerebrales y emocionales propias. Cada forma de dormir puede influir en la memoria, el ánimo y el riesgo de trastornos mentales.
Por Enrique Coperías
La red somatomotora conecta el cerebro con las sensaciones y movimientos del cuerpo. Su actividad, incluso durante el sueño, revela cómo mente y organismo siguen dialogando en la noche. Alteraciones en esta red se asocian a insomnio y fatiga mental. Foto: Vitaly Gariev
Dormir bien no es solo apagar el cuerpo. Es, quizá, la actividad biológica más íntimamente conectada con la salud mental, la cognición y el bienestar. Sin embargo, la ciencia ha tendido a mirar el sueño de manera simplista —«dormimos bien o mal», «mucho o poco»—, olvidando que cada persona encierra una biografía nocturna particular.
Un nuevo estudio internacional, liderado por Aurore Perrault, de la Universidad Concordia (Canadá) y Valeria Kebets, de la Universidad Nacional de Singapur , propone un cambio de paradigma.
Gracias a un análisis masivo de datos de más de setecientos jóvenes adultos sanos, los autores identificaron cinco grandes perfiles de sueño, cada uno con su firma psicológica, social y cerebral. La conclusión es clara: dormir no tiene un único significado biológico y las diferencias entre individuos pueden ayudarnos a entender mejor la salud, el cerebro y la mente humana.
Un mapa biopsicosocial del sueño
El equipo partió de una premisa clásica, pero aún poco explotada: el modelo biopsicosocial, que integra factores biológicos, psicológicos y sociales para explicar la salud. Usando la base de datos del Proyecto Conectoma Humano, un monumental banco de información sobre el cerebro humano, los investigadores combinaron cuestionarios sobre el sueño (el índice PSQI, que evalúa satisfacción, duración, calidad y uso de medicación) con 118 medidas de personalidad, salud, rendimiento cognitivo, afectividad y hábitos de vida.
Mediante una técnica estadística avanzada llamada análisis de correlación canónica (CCA), lograron vincular los siete aspectos del sueño con esa avalancha de variables psicológicas. El resultado fueron cinco perfiles o componentes latentes, que dibujan un auténtico mapa de cómo duermen y viven los seres humanos.
Además, el estudio fue más allá: al incorporar imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI), los autores pudieron observar qué redes cerebrales se reorganizan en cada perfil. El sueño, concluyen, no solo se refleja en la conducta, sino también en el cableado del cerebro.
1️⃣ El perfil del mal dormir generalizado
El primer grupo, y con diferencia el más potente —explicaba el 88% de las correlaciones entre sueño y otros factores—, reúne a personas con insatisfacción con su descanso, dificultad para conciliar el sueño, despertares frecuentes y somnolencia diurna. Su retrato psicológico es inconfundible: mayor ansiedad, depresión, estrés y tendencia a la rumiación mental.
Es, en palabras de los autores, la expresión del factor p de la psicopatología general, una especie de vulnerabilidad común a muchos trastornos mentales. En estos individuos, el sueño actúa como espejo del malestar psicológico, un hilo que une mente y cuerpo en un círculo de retroalimentación.
A nivel cerebral, este perfil mostraba una conectividad aumentada entre áreas subcorticales y las redes somatomotora y de atención, junto con una disminución en las conexiones del sistema temporoparietal, implicado en la regulación emocional y la percepción interna. Esa combinación sugiere un estado de hiperalerta fisiológica, típico de la ansiedad y el insomnio, en el que el cerebro no logra desconectar.
2️⃣ Los resistentes al insomnio
El segundo patrón también estaba asociado a síntomas de psicopatología —principalmente problemas de atención e impulsividad—, pero sin que los participantes declararan dificultades para dormir. Los investigadores lo bautizan como un perfil de resiliencia del sueño: personas capaces de mantener un descanso estable pese al estrés o las emociones negativas.
Su conectividad cerebral muestra un equilibrio distinto: mayor comunicación entre la red de control cognitivo y la red de atención, pero menor vínculo con regiones límbicas y temporoparietales. Esa arquitectura podría reflejar una capacidad de autorregulación emocional que protege al sueño de la inestabilidad mental.
Aun así, los autores advierten que esta resistencia podría deberse, en parte, a una subestimación subjetiva de los problemas de sueño, más que a una inmunidad real. No todo el mundo percibe igual su cansancio.
3️⃣ Los usuarios de «ayudas» para dormir
El tercer grupo giraba en torno a un elemento concreto: el uso de fármacos o suplementos para conciliar el sueño. Llama la atención el hecho de que quienes formaban parte de este perfil no reportaban un gran malestar diurno, sino altos niveles de satisfacción con sus relaciones sociales. Al mismo tiempo, presentaban peores resultados en tareas de memoria visual y reconocimiento emocional, una pista de posibles efectos secundarios cognitivos.
En el cerebro, predominaban aumentos de conectividad dentro de las redes visual y del modo por defecto, junto con una mayor segregación del sistema límbico. Los autores sugieren que cierta desintegración funcional podría ser consecuencia de los efectos sedantes de estos medicamentos, que a corto plazo alivian el insomnio pero alteran sutilmente la comunicación neuronal.
El estudio no distingue entre tipos de fármaco, pero recuerda que el consumo prolongado de hipnóticos se asocia a riesgos de dependencia y deterioro cognitivo.
4️⃣ Los que duermen poco
El cuarto patrón se define, sin rodeos, por la escasez de sueño: menos de seis o siete horas por noche. A diferencia del primer grupo, estos participantes no mostraban altos niveles de ansiedad o depresión, pero sí peor rendimiento en múltiples dominios cognitivos: memoria de trabajo, comprensión verbal, procesamiento emocional y razonamiento abstracto. También puntuaban más alto en conductas agresivas y menor amabilidad.
El mapa cerebral de este grupo mostraba alteraciones extensas de la conectividad funcional, con un papel destacado de la red somatomotora, que parecía entrar en un estado de reconfiguración defensiva. Los investigadores interpretan estos cambios como mecanismos de compensación del cerebro privado de sueño, similares a los observados tras noches de insomnio experimental.
Dormir poco afecta al cerebro y al rendimiento cognitivo, recuerdan Perrault y Kebets: no solo ralentiza el pensamiento, sino que deforma la manera en que el cerebro integra la información.
5️⃣ El sueño fragmentado
El quinto perfil estaba integrado por quienes sufren despertares frecuentes, respiración irregular o molestias nocturnas. Este patrón de sueño fragmentado se acompañaba de problemas de ansiedad, pensamientos intrusivos, consumo de alcohol o tabaco y un rendimiento cognitivo reducido.
En este grupo, las mujeres aparecían sobrerrepresentadas, algo coherente con la mayor prevalencia femenina de insomnio y trastornos de ánimo.
Quienes experimentan un sueño fragmentado presentaba una caída de la conectividad dentro de las redes somatomotora del cerebro y de atención, indicio de un sistema de alerta fatigado. Para los autores, se trata de un ejemplo de cómo la fragmentación del sueño puede erosionar la regulación emocional y la salud mental, más allá de la simple cantidad de horas dormidas.
El sueño emerge como barómetro de la salud mental. Dormir mal puede agravar la ansiedad o la depresión, y viceversa: el malestar emocional impide descansar. Foto: Alexandra Gorn
El cuerpo y la mente bajo un mismo techo
Uno de los hallazgos transversales del estudio fue la importancia de la red somatomotora, la estructura que conecta el cerebro con la percepción del cuerpo. Incluye principalmente la corteza motora y somatosensorial, encargadas de planificar, ejecutar y sentir el movimiento, pero también participa en procesos más amplios como la atención, la conciencia corporal y la regulación emocional.
En casi todos los perfiles, esta red mostraba algún tipo de alteración en su grado de integración o segregación. «El cuerpo y el cerebro dialogan incluso mientras dormimos», escriben los autores.
La forma en que ese diálogo se mantiene —o se interrumpe— podría explicar tanto el descanso reparador como su ausencia.
El sueño como barómetro social y económico
Los investigadores también exploraron variables externas como la educación, los ingresos o la etnicidad. Las diferencias fueron notables: niveles educativos y rentas más bajas se asociaban a peor calidad de sueño y mayor carga psicológica. El hallazgo refuerza la idea de que el descanso es también un fenómeno social, condicionado por el entorno y las oportunidades de vida. Dormir bien, en cierto modo, sigue siendo un privilegio.
Aunque centrado en jóvenes adultos sanos, el trabajo ofrece una nueva lente para entender el sueño como un continuo multidimensional. En lugar de hablar de buenos y malos durmientes, propone pensar en perfiles complejos donde interactúan factores biológicos, emocionales y sociales.
El enfoque multivariante permite, además, relacionar esos patrones con el funcionamiento de redes cerebrales específicas, lo que abre la puerta a futuras aplicaciones clínicas y terapéuticas: desde diagnósticos personalizados hasta tratamientos adaptados al tipo de sueño de cada individuo.
Los autores destacan que dos de los cinco perfiles —los de sueño pobre y resiliente— fueron los más robustos y replicables, lo que sugiere que son patrones estables en la población. Los otros tres —más centrados en hábitos o síntomas específicos— podrían representar subtipos más sutiles o transitorios.
Dormir, ese espejo de la salud mental
La principal lección del estudio es que el sueño no es solo un síntoma de salud mental, sino también un factor que la moldea. En el primer perfil, el más común, la relación entre insomnio y malestar psicológico parece circular: dormir mal empeora el ánimo, y un ánimo bajo dificulta dormir.
Pero el descubrimiento de un grupo resiliente, capaz de mantener un sueño saludable pese al estrés, plantea la posibilidad de factores protectores aún poco conocidos, desde la genética hasta el apoyo social.
«Entender por qué algunas personas conservan un sueño saludable en circunstancias adversas puede ayudarnos a diseñar estrategias preventivas», explica el equipo. En otras palabras, el sueño no solo delata nuestra vulnerabilidad, también revela nuestra fortaleza.
Hacia una medicina del sueño personalizada y preventiva
El estudio culmina con una visión optimista. Si el sueño es tan versátil como muestra este mapa de cinco perfiles, también es un terreno fértil para la intervención. A diferencia de muchos otros determinantes de salud, el sueño es modificable: se puede entrenar, proteger y mejorar con hábitos saludables, terapias cognitivas o entornos más favorables.
Integrar estos perfiles en la práctica médica, sugieren los autores, podría ayudar a personalizar los tratamientos psicológicos o neurológicos. Un mismo trastorno podría requerir enfoques distintos según el tipo de sueño del paciente.
A la vez, este trabajo invita a la sociedad a reconsiderar su relación con el descanso. En un mundo que premia la productividad y desprecia las horas de sueño, dormir bien sigue siendo un acto de salud pública. Y ahora, también, una ventana científica a la compleja interacción entre cerebro, mente y entorno. ▪️
Fuente: Aurore A. Perrault, Valeria Kebets, Nicole M. Y. Kuek, Nathan E. Cross, Rackeb Tesfaye, Florence B. Pomares, Jingwei Li, Michael W. L. Chee, Thien Thanh Dang-Vu, B. T. Thomas Yeo. Identification of five sleep-biopsychosocial profiles with specific neural signatures linking sleep variability with health, cognition, and lifestyle factors. PLOS Biology (2025): DOI: https://doi.org/10.1371/journal.pbio.3003399