Vivir en una sociedad desigual puede dejar huella en el cerebro infantil
Un estudio con más de diez mil niños advierte de que crecer en entornos desiguales no solo afecta al ánimo o las oportunidades: también modifica la estructura y el funcionamiento del cerebro. La brecha económica se traduce en una brecha neurológica.
Por Enrique Coperías
Investigadores analizaron imágenes cerebrales de más de 10.000 niños y hallaron que vivir en zonas de desigualdad social se asocia con cambios en la estructura y la conectividad del cerebro. Forto: Jyotirmoy Gupta
Un nuevo estudio científico publicado en la revista Nature Mental Health ofrece una de las pruebas más sólidas hasta la fecha de que la desigualdad económica no solo divide a las personas por su nivel de ingresos, sino que también deja una marca física en el cerebro de los niños.
Investigadores de varias universidades estadounidenses y europeas han analizado datos de más de 10.000 menores de entre nueve y diez años y han encontrado que aquellos que viven en los estados más desiguales de Estados Unidos presentan diferencias estructurales y funcionales en su cerebro, incluso cuando se controla el nivel socioeconómico familiar.
En otras palabras: crecer en una sociedad desigual afecta al cerebro, más allá de ser pobre o rico.
Un estudio pionero sobre desigualdad y desarrollo cerebral
El trabajo se basa en la monumental base de datos del Adolescent Brain Cognitive Development Study (ABCD), el mayor proyecto longitudinal sobre desarrollo cerebral infantil en marcha en el mundo. Los autores, liderados por Divyangana Rakesh, del King’s College de Londres, en el Reino Unido, cruzaron las imágenes cerebrales y cuestionarios psicológicos de más de 8.000 niños con el grado de desigualdad económica de los estados donde viven, medido mediante el coeficiente de Gini. Cuanto más cerca de 1 está este índice, mayor es la desigualdad en la distribución de ingresos. En Estados Unidos, la media ronda el 0,47, pero varía notablemente entre estados.
Tras ajustar los datos por múltiples variables —edad, sexo, ingresos familiares, educación de los padres, salud mental de los progenitores, políticas sociales estatales o tasas de encarcelamiento—, los resultados fueron contundentes: los menores que crecen en entornos con más desigualdad presentan una corteza cerebral más delgada y menor superficie cortical en múltiples regiones del cerebro, especialmente en los lóbulos frontal, temporal y parietal, áreas clave para la atención, la regulación emocional y la planificación.
Además, los investigadores hallaron alteraciones en la conectividad funcional cerebral de la llamada red por defecto —un conjunto de regiones que se activan cuando la mente divaga o reflexiona sobre uno mismo— y su interacción con la red de atención dorsal, implicada en el control consciente. En los niños de los estados más desiguales, estas redes mostraban una sincronización anómala, un patrón que en otros estudios se ha asociado con trastornos mentales como la depresión y la ansiedad.
Cómo la desigualdad afecta al cerebro más allá del dinero
Lo llamativo de estos hallazgos es que las diferencias cerebrales no dependen del nivel económico familiar. Incluso los niños de hogares acomodados mostraban cambios sutiles si vivían en estados con mayor desigualdad global.
«La desigualdad económica es un rasgo estructural de la sociedad que altera el entorno social y psicológico en el que crecen los niños — explica Rakesh. Y añade—: Nuestros resultados muestran que sus efectos se extienden más allá de la pobreza individual».
El estudio sugiere que la desigualdad actúa como un estresor crónico colectivo. No se trata de no tener recursos suficientes, sino de vivir en un entorno donde las diferencias de estatus y poder son muy visibles y permanentes. Esta tensión puede fomentar la comparación social, el sentimiento de inferioridad o la desconfianza hacia los demás.
Relación entre el coeficiente de Gini y la estructura cerebral. Los mapas muestran las regiones donde la desigualdad económica se asocia de forma significativa con un menor grosor cortical (d) y una menor superficie cerebral (e). Cortesía: King's College London.
Qué es la ansiedad por estatus
Según la llamada hipótesis de la ansiedad por estatus, cuanto más desigual es una sociedad, mayor es la preocupación por la posición social, lo que se traduce en más estrés psicológico. En los niños y adolescentes —particularmente sensibles a la comparación con sus iguales— este tipo de presión puede tener consecuencias profundas sobre la maduración cerebral.
La neurociencia del estrés crónico ofrece un marco plausible: los niveles elevados y persistentes de cortisol y otras hormonas del estrés alteran los procesos de poda sináptica y crecimiento neuronal, provocando una reducción del grosor cortical y una menor conectividad entre regiones cerebrales.
«Estos efectos biológicos, aunque pequeños a nivel individual, pueden tener un impacto significativo en la salud mental infantil a escala poblacional», subrayan los autores.
La neurociencia del estrés y la desigualdad
Rakesh y sus colegas no se detuvo en los escáneres cerebrales. Los niños fueron evaluados de nuevo a los seis y dieciocho meses, y los investigadores analizaron si las diferencias en el cerebro mediaban la relación entre desigualdad y síntomas psicológicos.
Los resultados fueron reveladores, ya que una menor superficie y volumen cortical, junto con una conectividad alterada entre las redes de atención y por defecto, explicaban parcialmente el vínculo entre vivir en estados más desiguales y presentar más problemas de salud mental, como ansiedad, tristeza o dificultades de concentración. El efecto era más claro al año y medio de seguimiento, lo que sugiere que las consecuencias de la desigualdad se consolidan con el tiempo.
Estas asociaciones se mantuvieron incluso al considerar factores como la educación parental o la situación económica familiar, lo que refuerza la idea de que la desigualdad tiene un efecto independiente sobre la salud cerebral.
En palabras de los investigadores, «la desigualdad se incrusta biológicamente en el cerebro infantil».
No es la pobreza, es el contexto social lo que realmente daña
A diferencia de la pobreza absoluta —la falta de recursos básicos—, la desigualdad social es un fenómeno estructural que afecta a toda la sociedad. Los países o regiones más desiguales no solo concentran la riqueza en unas pocas manos, sino que tienden a mostrar menor cohesión social, menos confianza interpersonal y peores indicadores de salud mental en todos los estratos.
En los estados más desiguales de Norteamérica, las comunidades suelen estar más segregadas, hay menos participación cívica y los lazos vecinales son más débiles. Todo ello crea un entorno que amplifica la soledad y la inseguridad, condiciones que pueden ser especialmente dañinas durante la infancia y la adolescencia, etapas críticas del desarrollo cerebral.
El estudio cita datos previos que refuerzan esta visión: investigaciones europeas han encontrado que los niveles de una proteína inflamatoria, en concreto la proteína C reactiva, son más bajos en sociedades igualitarias, como es el caso de Suiza; y más altos en países desiguales, como Portugal. Otros experimentos han mostrado que la mera exposición a contextos de desigualdad provoca respuestas fisiológicas de estrés en cuestión de minutos.
Efectos pequeños, pero con gran impacto social
Los autores del estudio reconocen que los efectos detectados son pequeños en términos estadísticos, pero insisten en su relevancia. «Pequeñas diferencias distribuidas a lo largo de toda una población pueden tener consecuencias muy significativas en salud pública», afirma Rakesh.
Además, el nuevo trabajo ofrece solo una instantánea inicial: los participantes eran preadolescentes, una etapa de intensa reorganización cerebral. Es posible que las diferencias observadas se amplifiquen o modifiquen en la adolescencia tardía y la adultez joven.
Aun así, los resultados apuntan a un principio claro, que no es otro que la desigualdad económica no solo tiene consecuencias sociales, sino también biológicas.
«Nuestros datos indican que vivir en un entorno desigual puede influir en el desarrollo de las estructuras cerebrales implicadas en la regulación emocional, la atención y el control cognitivo, lo que a su vez aumenta la vulnerabilidad a los problemas mentales», sentencia Rakesh.
Los científicos sostienen que la desigualdad social funciona como un estresor crónico: vivir entre grandes diferencias de estatus y poder provoca comparación constante, inseguridad y ansiedad social. Foto: The New York Public Library
Qué pueden hacer las políticas públicas
El artículo termina con un mensaje de alcance político. Si la desigualdad económica puede medirse en la anatomía del cerebro infantil, reducirla no es solo una cuestión de justicia social, sino también de salud pública: «abordar la pobreza absoluta es necesario, pero no suficiente. Las políticas deben apuntar también a disminuir las brechas de ingresos, fortalecer la cohesión social y reducir la ansiedad por el estatus».
Entre las medidas sugeridas figur esta lista:
✅ Reformas fiscales progresivas.
✅ Mayores redes de protección social.
✅ Acceso universal a la sanidad y la educación.
✅ Inversiones en infraestructuras comunitarias que fomenten la confianza y la cooperación.
También se mencionan intervenciones psicológicas y educativas para reducir la comparación social y fortalecer la autoestima de los adolescentes, especialmente en escuelas con diversidad socioeconómica.
Los centros educativos podrían desempeñar un papel clave como «espacios de igualdad emocional», que fomenta la pertenencia y la empatía más allá del origen económico. «Programas que enseñen habilidades de regulación emocional y promuevan el sentido de comunidad pueden amortiguar los efectos del entorno desigual», escriben en Nature Mental Health.
Limitaciones y próximos pasos de la investigación
El estudio, sin embargo, tiene limitaciones. Se basa en un análisis correlacional: no puede demostrar que la desigualdad cause directamente los cambios cerebrales. Tampoco incluye medidas biológicas directas de estrés, como niveles de cortisol, ni considera otras formas de desigualdad (por ejemplo, de riqueza o de acceso a servicios).
Además, los datos proceden de solo diecisiete estados estadounidenses y no abarcan algunos de los más pobres del país, por lo que los resultados podrían subestimar el impacto real de la desigualdad extrema.
A pesar de ello, los autores sostienen que el patrón observado es robusto y coherente con décadas de investigación social y psicológica. «La desigualdad se manifiesta en el cuerpo y la mente. Reducirla es una de las formas más efectivas de proteger el desarrollo saludable del cerebro y la salud mental de las próximas generaciones», concluye el artículo. ▪️
Fuente: Rakesh, D., Tsomokos, D.I., Vargas, T. et al. Macroeconomic income inequality, brain structure and function, and mental health. Nature Mental Health (2025). DOI: https://doi.org/10.1038/s44220-025-00508-1