Cómo decide el cerebro qué recuerdos guardar y cuáles olvidar
El cerebro no almacena recuerdos al azar: activa una cadena de temporizadores moleculares que decide qué experiencias perduran y cuáles se desvanecen. Un nuevo estudio muestra cómo funciona esa selección íntima que moldea nuestra identidad.
Por Enrique Coperías
El cerebro transforma cada día impresiones fugaces en recuerdos duraderos. Un nuevo estudio identifica una cascada de temporizadores moleculares que decide cuáles se consolidan y cuáles se desvanecen. Crédito: IA-Copilot-©RexMolón-Producciones
Cada día, el cerebro humano convierte destellos fugaces —una impresión rápida, una idea brillante, un sobresalto doloroso— en memorias que pueden acompañarnos durante semanas, años o incluso toda la vida. Pero la gran pregunta sigue siendo la misma: ¿cómo decide qué merece ser guardado y qué debe olvidarse?
Un equipo liderado por la neurocientífica Priya Rajasethupathy, de la Universidad Rockefeller, presenta ahora en la revista Nature una respuesta inesperada: la consolidación de la memoria no depende de un interruptor biológico que se activa o se apaga, sino de una serie de temporizadores moleculares que se van desplegando en distintas regiones del cerebro, en concreto del hipocampo al tálamo, y desde allí a la corteza cerebral, para determinar la duración final de cada memoria.
🗣️ «Es una revelación clave porque explica cómo ajustamos la durabilidad de los recuerdos —señala Rajasethupathy en Rockefeller—. Lo que elegimos recordar es un proceso en continua evolución, y no el resultado de accionar un simple interruptor».
Del modelo del interruptor al reloj de arena molecular
Durante décadas, la teoría dominante describía un sistema memorístico relativamente simple. El hipocampo almacenaría los recuerdos a corto plazo, mientras que la corteza cerebral, la capa externa y más avanzada del cerebro, responsable de funciones como el pensamiento, la memoria, el lenguaje, la percepción y la toma de decisiones, se encargaría de los recuerdos duraderos. Ese salto entre ambas regiones se imaginaba como una especie de conmutador biológico.
«Los modelos existentes hablaban de moléculas de tipo transistor, que actuaban como interruptores de encendido y apagado», explica Rajasethupathy. Pero ese planteamiento no podía justificar por qué algunas memorias a largo plazo se desvanecen en semanas, mientras otros recuerdos duraderos persisten durante décadas.
En 2023, su laboratorio ya había cuestionado esa visión al identificar un circuito clave entre el hipocampo, el tálamo y la corteza, con el tálamo como nodo fundamental para seleccionar recuerdos importantes y enviarlos hacia la corteza para su estabilización. Recordemos que el tálamo actúa como un centro de relevo: recibe información sensorial y la envía a las áreas apropiadas del cerebro, además de participar en la atención, la memoria y la regulación del estado de alerta.
Ese hallazgo abrió la puerta a una pregunta más profunda: ¿qué ocurre con los recuerdos después del primer almacenamiento en el hipocampo y qué mecanismos moleculares dictan su destino?
Ratones en realidad virtual y edición genética
Para investigarlo, la primera autora del trabajo Andrea Terceros, del Laboratorio de Dinámica Neural y Cognición, desarrolló un ingenioso sistema de realidad virtual en el que ratones podían tener experiencias controladas y repetidas. Al variar la frecuencia con la que se repetían ciertos contextos, los investigadores lograron que los animales recordasen mejor unas situaciones que otras.
«Este modelo nos permitió abrir el problema de un modo completamente nuevo —asegura Rajasethupathy—. La repetición actuaba como una medida de relevancia, y luego podíamos rastrear en el cerebro qué mecanismos estaban asociados con la persistencia de esos recuerdos».
Pero el equipo quería algo más que correlaciones. Para demostrar causalidad, la coautora Celine Chen desarrolló una plataforma de cribado mediante la técnica de cortapega genético CRISPR, unas tijeras moleculares que le permitían modificar genes específicos en el tálamo y la corteza. Así, pudieron comprobar que eliminar ciertos reguladores moleculares acortaba la duración del recuerdo. Y lo más sorprendente: cada molécula actuaba en un tramo temporal distinto.
Una cascada de relojes internos
Los resultados muestran que la memoria a largo plazo, el sistema del cerebro que almacena información durante semanas, años o toda la vida, se sostiene gracias a programas de regulación génica que se activan de forma escalonada, como una serie de cronómetros biológicos. Estos pueden agruparse en tres categorías:
1️⃣ Temporizadores tempranos: actúan rápido y se desactivan pronto, favoreciendo el olvido si la experiencia no se vuelve a repetir.
2️⃣ Temporizadores intermedios: fortalecen conexiones entre tálamo y corteza.
3️⃣ Temporizadores tardíos: remodelan la cromatina en la corteza cingulada anterior, fijando los recuerdos más duraderos.
El equipo identificó tres reguladores cruciales: el Camta1 y el Tcf4 en el tálamo, y Ash1l en la corteza cingulada anterior, una región del cerebro que participa en la gestión de emociones, la toma de decisiones, la atención y el control de la conducta. e interviene en procesos de memoria y en cómo evaluamos la importancia de una experiencia. No son necesarios para formar el recuerdo inicial, pero sí para mantener la memoria.
Si se interrumpen Camta1 o Tcf4, las conexiones entre tálamo y corteza se deterioran y el recuerdo se pierde. Ash1l, por su parte, pertenece a una familia de proteínas, las conocidas como metiltransferasas de histonas, que también ayudan al sistema inmunitario a “recordar” infecciones pasadas o a las células a conservar su identidad durante el desarrollo.
🗣️ ▪️«El cerebro podría estar reutilizando formas universales de memoria celular para sostener memorias cognitivas», plantea Rajasethupathy.
La vida de un recuerdo
Más allá de resolver un viejo rompecabezas teórico, el trabajo podría abrir nuevas vías para enfermedades neurodegenerativas. Identificar estos programas génicos permitiría, en teoría, desviar la información hacia circuitos alternativos cuando ciertas regiones están dañadas.
«Si conocemos las segundas y terceras áreas esenciales para la consolidación de memoria, podemos intentar rodear las zonas deterioradas y dejar que regiones sanas tomen el relevo», apunta la investigadora, en referencia a trastornos neurológicos como el alzhéimer.
El siguiente reto del laboratorio será entender qué activa cada temporizador y cómo determina el cerebro cuánto debe durar un recuerdo. Todo apunta de nuevo al tálamo como pieza central.
«Nos interesa comprender la vida completa de un recuerdo más allá de su formación inicial en el hipocampo —dice Rajasethupathy. Y concluye—: Creemos que el tálamo, con sus múltiples vías de comunicación con la corteza, es esencial en este proceso».▪️
Información facilitada por la Universidad Rockefeller
Fuente: Terceros, A., Chen, C., Harada, Y. et al. Thalamocortical transcriptional gates coordinate memory stabilization. Nature (2025). DOI: https://doi.org/10.1038/s41586-025-09774-6

