El ADN de los antiguos cazadores-recolectores podría explicar por qué algunas personas viven más de 100 años
Un estudio genético en Italia desvela que las personas centenarias conservan una mayor huella de ADN heredado de los cazadores-recolectores que habitaron Europa antes de la agricultura. Esa herencia ancestral podría estar vinculada a variantes genéticas que hoy favorecen un envejecimiento más saludable y una vida excepcionalmente larga.
Por Enrique Coperías
La longevidad extrema podría tener raíces muy antiguas: un estudio genético en población italiana sugiere que las personas centenarias conservan una mayor herencia de ADN procedente de los cazadores-recolectores que habitaron Europa antes de la llegada de la agricultura. Crédito: IA-DALL-E-RexMolón-Producciones
Vivir más de cien años sigue siendo una rareza estadística incluso en las sociedades más longevas del planeta, como la japonesa, la hongkonesa, la suiza, la española y la italina. En España, por ejemplo, hay casi 20.000 centenarios, la mayoría mujeres.
Alcanzar el siglo de vida no depende solo de la suerte ni exclusivamente del estilo de vida: la biología también pesa, y mucho. Un nuevo estudio científico realizado en Italia sugiere que parte de ese privilegio extremo podría hundir sus raíces en una herencia genética muy antigua, anterior incluso a la agricultura. El ADN de los cazadores-recolectores que poblaron Europa tras la última glaciación podría seguir influyendo hoy en la capacidad de algunas personas para alcanzar edades excepcionales.
La investigación, publicada en la revista GeroScience, combina genética moderna y paleogenómica —el análisis de ADN antiguo— para explorar una pregunta poco habitual: no qué genes concretos se asocian con la longevidad, sino de dónde proceden, en términos de grandes poblaciones ancestrales, las variantes genéticas que favorecen llegar a los cien años o más.
Quiénes son los cazadores-recolectores occidentales
La respuesta apunta con claridad a un grupo humano que vivió en Europa hace más de 14.000 años: los cazadores-recolectores occidentales, conocidos por sus siglas en inglés como WHG (Western Hunter-Gatherers).
Los autores del trabajo, coordinado por Stefania Sarno y Cristina Giuliani, del Laboratorio de Antropología Molecular y del Centro de Biología del Genoma, en la Universidad de Bolonia, han analizado el genoma completo de 333 personas centenarias italianas, todas nacidas entre 1901 y 1913, y lo han comparado con el de 690 individuos italianos sanos de mediana edad, cuidadosamente emparejados por sexo y origen geográfico.
A continuación, han confrontado ambos grupos con más de un centenar de genomas antiguos que representan las principales oleadas humanas que han moldeado la genética europea en los últimos 20.000 años:
✅ Los cazadores-recolectores mesolíticos.
✅ Los primeros agricultores del Neolítico llegados de Anatolia.
✅ Los pastores de la estepa asociados a la cultura yamnaya en la Edad del Bronce.
✅ Las poblaciones relacionadas con el Cáucaso y el Irán neolítico.
Centenarios frente a población general
El resultado es consistente a lo largo de distintos análisis: las personas centenarias muestran una afinidad genética significativamente mayor con los cazadores-recolectores occidentales que los controles. Esa diferencia no se explica por la estructura genética habitual de Italia —marcada por un claro gradiente norte-sur— ni por la simple procedencia geográfica de los individuos. Tampoco aparece con las otras ancestrías antiguas estudiadas. Solo la huella de los WHG destaca de forma repetida y robusta.
La longevidad humana, recuerdan los investigadores, es un rasgo complejo. No basta con vivir muchos años; lo relevante desde el punto de vista genético es sobrevivir más allá del 99 % de la cohorte de nacimiento. Por eso el estudio se centra en centenarios reales y no en muestras amplias de población envejecida. Estudios previos ya habían mostrado que los factores genéticos que permiten llegar a los 85 años no son necesariamente los mismos que los que permiten alcanzar los cien. Cuanto más extrema es la longevidad, mayor parece ser el peso de la genética frente al ambiente.
Italia ofrece, además, un escenario ideal para este tipo de análisis. Su población actual conserva la huella de varias migraciones prehistóricas clave que también se observan en el resto de Europa, pero en proporciones distintas según la región. Esa diversidad permite separar mejor los efectos de la historia demográfica de los posibles efectos biológicos asociados a la longevidad.
ADN antiguo y paleogenómica
Para llegar a sus conclusiones, el equipo utilizó varias estrategias estadísticas complementarias:
1️⃣ En primer lugar, un análisis de componentes principales situó a los centenarios y los controles dentro del paisaje genético europeo, y midió su distancia a cada uno de los grupos ancestrales antiguos. Los centenarios resultaron sistemáticamente más cercanos al grupo WHG.
2️⃣ Los llamados estadísticos f4, una herramienta estándar en genética de poblaciones, confirmaron que los centenarios comparten más variantes con los cazadores-recolectores que los controles, algo que no ocurre con las otras ancestrías, esto es, las grandes poblaciones prehistóricas que formaron la base genética de los europeos actuales.
3️⃣ Un tercer enfoque, más directo, estimó qué proporción del genoma de cada individuo moderno procede de cada una de esas poblaciones antiguas. Tras ajustar los resultados por la estructura genética italiana, se observó que un aumento de una desviación estándar en la proporción de ancestría WHG incrementa en torno a un 38 % la probabilidad de ser centenario. En las mujeres, mayoritarias entre los centenarios, el efecto es aún mayor. Ninguna otra ancestría mostró una asociación positiva comparable.
Los cazadores-recolectores occidentales poblaron Europa tras la última glaciación, hace más de 14.000 años. Su huella genética, aún presente en las poblaciones actuales, se asocia en un nuevo estudio con una mayor probabilidad de alcanzar edades superiores a los 100 años.
Más ADN de los WHG en personas centenarias
Pero el análisis va más allá de porcentajes globales. Mediante técnicas que pintan los cromosomas modernos como mosaicos heredados de poblaciones antiguas, los autores comprobaron que los centenarios no solo tienen algo más de cazadores-recolectores occidentales en promedio, sino que acumulan más fragmentos de ADN procedentes de esos cazadores-recolectores.
Y cuando se centran en un conjunto de variantes genéticas ya conocidas por estar asociadas a la longevidad, encuentran que los centenarios portan más alelos de origen WHG en esos puntos clave del genoma que los controles.
¿Qué significa todo esto? No que exista un gen de la longevidad de los cazadores-recolectores que garantice vivir cien años, ni que la dieta paleolítica sea la receta de la inmortalidad. Lo que sugiere el estudio es que algunas variantes genéticas que hoy favorecen un envejecimiento saludable podrían haber sido comunes en poblaciones preagrícolas y haberse mantenido, diluidas pero persistentes, en ciertos linajes europeos.
El impacto del Neolítico en nuestra biología
Los cazadores-recolectores occidentales se expandieron por Europa al final de la Edad de Hielo, en un periodo de rápido cambio climático. Su estilo de vida, su dieta y su exposición a agentes patógenos eran muy distintos de los que llegarían con la agricultura.
La transición neolítica, con el aumento de la densidad de población y el contacto con animales domesticados, trajo consigo nuevas presiones selectivas, entre ellas una mayor carga infecciosa. Muchos genes relacionados con la respuesta inflamatoria se vieron favorecidos entonces porque ayudaban a sobrevivir en entornos más insalubres.
El problema es que esas mismas variantes, útiles en el pasado, pueden convertirse en un lastre en las sociedades modernas, donde la inflamación crónica está relacionada con enfermedades cardiovasculares, neurodegenerativas y otras dolencias asociadas al envejecimiento. En este contexto, una mayor herencia genética anterior al Neolítico —menos cargada de alelos proinflamatorios— podría conferir cierta ventaja a largo plazo.
Tras la pista del gen APOE, implicado en el alzhéimer y el envejecimiento
El estudio no afirma que las otras ancestrías sean malas para la longevidad. De hecho, no encuentra asociaciones negativas fuertes y consistentes. Pero sí sugiere que el equilibrio entre herencias genéticas antiguas y más recientes podría influir en cómo envejecemos hoy. En análisis específicos por sexo, aparece incluso una asociación negativa entre la ancestría yamnaya y la longevidad femenina, aunque los autores subrayan que este resultado debe interpretarse con cautela.
También abordan una posible contradicción con trabajos previos sobre el gen APOE, conocido por su papel en el riesgo de padecer alzhéimer y en la longevidad. Algunas investigaciones han detectado frecuencias altas de la variante APOE4 en poblaciones cazadoras-recolectoras antiguas.
Sin embargo, los autores recuerdan que la historia evolutiva de este gen es compleja y que, en el sur de Europa, APOE4 es poco frecuente y no destaca como un factor principal de longevidad. Además, los datos disponibles de ADN antiguo aún son limitados y desiguales según la región.
Qué aporta este estudio a la ciencia de la longevidad
Más allá de los detalles técnicos, el mensaje de fondo es claro: la longevidad no puede entenderse solo como un fenómeno individual ni exclusivamente moderno. Es también el resultado de una larga historia evolutiva en la que migraciones, cambios climáticos y transformaciones culturales han ido dejando huella en nuestros genomas. La biografía genética de una población puede influir, miles de años después, en quién llega a cumplir un siglo.
Este enfoque tiene implicaciones para la investigación biomédica actual. Los autores defienden que la historia demográfica y la ancestría genética no deben verse solo como factores de confusión en los estudios genéticos, sino como elementos clave para interpretar por qué ciertos rasgos —incluido el envejecimiento saludable— varían entre poblaciones. En un momento en que la medicina de precisión aspira a personalizar tratamientos, entender de dónde vienen nuestras variantes genéticas puede ser tan importante como saber qué hacen.
En definitiva, el estudio abre una ventana al pasado para explicar uno de los grandes misterios del presente: por qué algunos seres humanos desafían las estadísticas y alcanzan edades extremas con relativa buena salud. Tal vez, en su ADN, todavía resuene el eco lejano de aquellos cazadores-recolectores europeos que sobrevivieron al hielo y al hambre y dejaron, sin saberlo, una herencia genética de larga vida.▪️
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Fuente: Sarno, S., Iannuzzi, V., Sazzini, M. et al. Western Hunter-Gatherer genetic ancestry contributes to human longevity in the Italian population. GeroScience (2025). DOI: https://doi.org/10.1007/s11357-025-02043-4

