¿Qué causa realmente la obesidad? Un estudio global apunta a la dieta, pero no al sedentarismo
Una nueva investigación internacional confirma que el consumo excesivo de calorías, especialmente de alimentos ultraprocesados, es el principal responsable del aumento global de la obesidad, más que la falta de ejercicio.
Por Enrique Coperías
Los cambios en la dieta, y no la reducción de la actividad física, son la causa principal de la obesidad en Estados Unidos y otros países desarrollados, según Herman Pontzer, profesor de Antropología Evolutiva en la Universidad de Duke y autor principal del estudio. Foto: Toni Koraza
Durante décadas, la explicación dominante para la creciente epidemia de obesidad ha sido que llevamos una vida cada vez más sedentaria. Sin embargo, un estudio reciente liderado por la Universidad Duke, en Estados Unidos, desmonta esta hipótesis y ofrece una nueva e intranquilizadora visión: la obesidad está más relacionada con lo que comemos que con cuánto nos movemos.
La investigación, publicada en la revista PNAS, analizó a más de 4.200 personas de 34 países con diferentes niveles de desarrollo económico, estilos de vida y hábitos alimenticios. Los resultados desafían una creencia ampliamente aceptada y sugieren una revisión urgente de las políticas de salud pública globales.
«Es evidente que los cambios en la dieta, y no la reducción de la actividad física, son la causa principal de la obesidad en Estados Unidos y otros países desarrollados», afirma Herman Pontzer, profesor en el Departamento de Antropología Evolutiva de Duke y autor principal del estudio.
Más ricos, más obesos… ¿más sedentarios? No necesariamente
El equipo comparó diferentes formas de vida: desde sociedades tradicionales que practican la caza, la agricultura o el pastoreo, hasta poblaciones completamente industrializadas. Para clasificar el nivel de desarrollo, usaron el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de la ONU, que considera indicadores de salud, educación y riqueza.
Sorprendentemente, Pontzer y su equipo se toparon con que las personas de los países más ricos no gastan menos energía al día. De hecho, en términos absolutos, quienes viven en economías desarrolladas tienden a tener un gasto energético diario mayor, porque son físicamente más grandes —más altos y con más masa muscular—. También presentan un mayor porcentaje de grasa corporal y un índice de masa corporal (IMC) más alto.
Cuando se ajustaron los datos según el tamaño corporal, el gasto total de energía y el gasto basal, o sea, el que el cuerpo realiza en reposo, disminuían ligeramente con el desarrollo económico, pero esta diferencia era mínima y altamente variable. El gasto asociado a la actividad física, por su parte, no se reducía significativamente con el desarrollo.
Esto desmonta una creencia común: que la industrialización y la vida moderna conllevan una disminución drástica de la actividad física que, a su vez, provoca obesidad.
«Aunque vimos una ligera disminución en el gasto energético total ajustado por tamaño corporal con el desarrollo económico, esas diferencias explican solo una fracción del aumento de grasa corporal que observamos”, explica Amanda McGrosky, primera autora del artículo, ahora profesora en la Universidad de Elon.
Los alimentos ultraprocesados —productos industriales sometidos a múltiples transformaciones que dominan estanterías de supermercados y máquinas expendedoras— están cada vez más presentes en la dieta de millones de personas en todo el mundo. Foto: Jonathan Borba
Dieta, no inactividad: la causa real del aumento de la grasa corporal
La conclusión más relevante de este estudio internacional es que la dieta y no el gasto energético explica la mayor parte del aumento de la obesidad con el desarrollo económico. En otras palabras, comemos mucho más de lo que necesitamos, y ese excedente calórico no se compensa ni siquiera con niveles relativamente altos de actividad física.
Aunque el estudio no incluyó registros detallados de dieta para todas las poblaciones, los investigadores pudieron estimar la ingesta calórica a través de los datos de gasto energético y peso estable. Como la mayoría de los participantes no ganó ni perdió peso durante el estudio, el gasto diario de energía es un buen indicador del consumo calórico habitual.
«Nuestros análisis sugieren que el aumento en la ingesta energética ha sido aproximadamente diez veces más importante que cualquier disminución en el gasto energético en el auge moderno de la obesidad», señala el equipo de investigación en el artículo.
Alimentos ultraprocesados, el otro gran sospechoso
Un hallazgo particularmente interesante del estudio fue la relación entre el porcentaje de alimentos ultraprocesados en la dieta diaria y el nivel de grasa corporal. En los veinticinco grupos de los que se disponía de estos datos, se encontró que a mayor proporción de ultraprocesados en la dieta, mayor era el porcentaje de grasa corporal, incluso después de controlar factores como la edad, el sexo, el desarrollo económico y el gasto energético.
En cambio, otros indicadores dietéticos, como el consumo de carne per cápita, no mostraron una relación significativa con la adiposidad.
Este hallazgo refuerza una tendencia preocupante: los alimentos ultraprocesados se están infiltrando en todos los rincones del planeta, incluso en poblaciones que antes se alimentaban mayormente de productos frescos y de elaboración artesanal. La transformación del sistema alimentario global, que prioriza la eficiencia, el bajo costo y la durabilidad por encima de la calidad nutricional, podría estar empujando a millones de personas hacia el sobrepeso.
Una epidemia de kilos de más
A nivel global, la prevalencia del sobrepeso y la obesidad ha alcanzado cifras alarmantes. Según datos de la OMS, en 2022 había 2 .500 millones de adultos (18 años o más) con sobrepeso, de los cuales 890 millones padecían obesidad. Esto representa que el 43 % de los adultos tenía sobrepeso y el 16 % obesidad. Desde 1990, la obesidad ha más que duplicado su incidencia entre adultos y cuadruplicado entre adolescentes.
Las proyecciones son preocupantes: si no se toman medidas, la OMS estima que para 2025 habrá 2,7 mil millones de adultos con sobrepeso u obesidad, y para 2030 la World Obesity Federation advierte de que más de 1 000 millones de adultos podrían ser obesos. Un estudio publicado en The Lancet señala que para 2050 más de la mitad de los adultos y un tercio de los niños y adolescentes estarán afectados. Esto supondrá ¡casi 3. 800 millones de adultos y 746 millones de jóvenes con problemas de sobrepeso!
El impacto en la salud pública es evidente: la obesidad y el sobrepeso son factores clave en la aparición de enfermedades crónicas como diabetes de tipo 2, hipertensión, cáncer, enfermedades cardiovasculares, con una mortalidad asociada global de más de 2,8 millones de personas al año.
El papel real de la actividad física en la salud
El estudio no sugiere que la actividad física no importe. Al contrario, sus autores subrayan su rol fundamental en la salud general, que va más allá del control del peso:
✅ Mejora la salud cardiovascular.
✅ Reduce el riesgo de diabetes de tipo 2.
✅ Disminuye el estrés y mejora el estado de ánimo.
✅ Contribuye a la longevidad saludable.
Sin embargo, no debe verse como una solución mágica para adelgazar si no va acompañada de una alimentación equilibrada.
«Dieta y actividad física deben verse como esenciales y complementarias, no como intercambiables», reza una de las conclusiones del estudio.
Este mensaje va contra ciertas narrativas populares que promueven la actividad física como solución mágica para perder peso, sin cuestionar el entorno alimentario. Caminar 10.000 pasos al día o ir al gimnasio varias veces por semana no anula el efecto de una dieta alta en azúcares añadidos, grasas trans y productos hipercalóricos diseñados para estimular el apetito y dificultar la saciedad.
En 2022 casi la mitad de la población adulta mundial tenía sobrepeso u obesidad, y las proyecciones alertan sobre un futuro aún más grave si no se actúa. Foto: AllGo - An App For Plus Size People0
Limitaciones del IMC y la importancia de medir la grasa corporal
El estudio también señala las limitaciones del índice de masa corporal (IMC) como herramienta diagnóstica. Aunque ampliamente usado, el IMC puede ocultar diferencias importantes: por ejemplo, personas con el mismo índice de masa corporal pueden tener porcentajes de grasa corporal muy distintos, especialmente si uno de ellos tiene más masa muscular o es más alto, como suele suceder en países más desarrollados.
De hecho, el estudio encontró que el aumento del IMC con el desarrollo económico se debía en gran parte a un incremento en la masa libre de grasa, como los músculos. En cambio, el porcentaje de grasa corporal era un mejor indicador de obesidad.
Implicaciones para la salud pública: cómo combatir la obesidad con políticas eficaces
En palabras de McGrosky, las estrategias a nivel de salud pública para reducir la obesidad deben enfocarse principalmente en estos frentes:
✅ Regular la industria alimentaria y limitar el acceso a alimentos ultraprocesados.
✅ Fomentar entornos alimentarios saludables con alimentos frescos y asequibles.
✅ Educar a la población en nutrición desde edades tempranas.
✅ Mantener campañas que promuevan la actividad física diaria, pero sin descuidar el enfoque dietético.
«Debemos aprovechar lo mejor del desarrollo económico —como el acceso a alimentos y crecimiento saludable— sin caer en una alimentación obesogénica», afirma el equipo.Un nuevo enfoque para una vieja pandemia
La obesidad, definida por la OMS como una epidemia global, sigue cobrando millones de vidas al año y aumentando los riesgos de padecer, como ya se ha mencionado, enfermedades crónicas como la diabetes de tipo 2, la hipertensión y ciertos tipos de cáncer. En este contexto, los hallazgos de este estudio podrían ayudar a redibujar las prioridades de la salud pública mundial.
«Este esfuerzo colaborativo internacional nos permite por fin poner a prueba esas ideas contrapuestas. Ahora está claro que la dieta tiene un papel central en la epidemia de obesidad global», concluye Pontzer.
En definitiva, esta investigación masiva desafía el discurso convencional y nos recuerda una verdad incómoda: el mayor enemigo de la salud metabólica no es el sillón, sino la nevera. Y mientras no enfrentemos de forma seria los entornos alimentarios que hemos construido, no habrá zapatilla ni bicicleta que pueda compensarlo. ▪️
Información facilitada por la Universidad Duke
Fuente: Amanda McGrosky, Amy Luke, Leonore Arab and The IAEA DLW Database Consortium. Energy expenditure and obesity across the economic spectrum. PNAS (2025). DOI: https://doi.org/10.1073/pnas.2420902122